CRÍTICO DE ARTE JESÚS MAZARIEGOS

sábado, 22 de octubre de 2011

LA LUZ Y LA PACIENCIA






LA LUZ Y LA PACIENCIA
Ocho artistas en Segovia

  
Hay dos modos de conciencia:
Una es luz y otra paciencia.
Una estriba en alumbrar
un poquito el hondo mar;
otra, en hacer penitencia
con caña o red y esperar
el pez, como pescador.
Dime tú: ¿Cuál es mejor?
¿Conciencia de visionario
que mira en el hondo acuario
peces vivos,
fugitivos,
que no se pueden pescar,
o esa maldita faena
de ir arrojando a la arena,
muertos, los peces del mar?

ANTONIO MACHADO


Ante una exposición colectiva realizada exclusivamente por mujeres, sería fácil caer en la tentación de especular sobre el feminismo y la procedencia o no de la discriminación positiva. No quisiera entrar en ese jardín, donde probablemente daría más traspiés de los que acostumbro.
Otro tema que surge de pronto es si existe o no un arte femenino, problema que yo dejaría resuelto diciendo que, en esencia, no, pero en ciertos casos excepcionales, sí. Exactamente lo mismo diría sobre el arte masculino.
En principio, el arte no tiene sexo y si, como en esta ocasión, se forma un grupo de mujeres artistas para hacer una exposición conjunta, no por eso ha de ser más homogénea que si en ella participaran también hombres. Por otra parte, una exposición compuesta sólo por hombres, parecería de lo más natural pero, si se explicitara tal extremo y de ello se hiciese bandera, sería algo socialmente reprobable y mal visto.
Dicho ya lo que no tenía intención alguna de decir, aquí lo que interesa son las obras de la exposición. Por supuesto, también nos interesan sus autoras pero, en esta ocasión no como mujeres sino como artistas.
En arte no hay sexos sino maneras de hacer, de ser y de sentir. Antonio Machado distingue entre luz y paciencia como contraposición de dos maneras de ser. Aplicándolo a nuestro caso, entiendo que la luz sería la investigación, la creatividad arriesgada, lo visionario, lo difuso, lo misterioso. La paciencia estaría más al lado de la seguridad y de la perfección, del oficio y del método, de lo claro y lo concreto.
Aunque contrapongamos luz y paciencia, comprendemos que siempre van juntas y que la clave está en la proporción que existe entre una y otra.
De las nueve artistas que conjuntamente exponen en la galería arteSonado del Real Sitio, todas ellas, sin duda, brillan con luz propia, pero algunas tienen unas gotas más de paciencia que otras y ninguna combinación es mejor ni peor que las demás.
En el extremo que Machado llama de la luz y que yo entiendo como el más violento, repentino, imaginario, irracional y fantástico, como lo aparentemente sin ley, veo a Patricia Azcárate, mientras que, en el otro extremo, el de lo concreto, lo tangible, lo hecho con norma y con sosiego, mirando más hacia fuera que hacia dentro, brilla la figura de Rosa Pérez Carasa.
En el centro de todas, como paradigma del equilibrio entre los extremos, reinaría con toda justicia la madrileña Pilar Insertis. Las seis restantes se repartirían entre uno y otro extremo y dejo al lector la libertad de situarlas en función de su propio criterio, según perciban sus obras más cercanas a la razón o a la visión, a lo meditado o a lo impulsivo.
Y el lector, que no esperaba tareas, me  preguntará: ¿Qué parámetros he de manejar para poder distinguir entre unas y otras?
Más que parámetros concretos hay indicios, señales, síntomas, percibidos de manera subjetiva. Si hubiera parámetros cuantificables, estaríamos hablando de otra cosa, pero no de arte. No obstante, ya que pido un esfuerzo, prestaré una ayuda. Tenemos que situar a las artistas entre dos extremos que ya están definidos con las obras de Patricia y de Rosa, por lo que fácilmente podemos deducir que el primer extremo está más cerca de lo imaginativo, de lo impulsivo, de la expresión del mundo interior y de lo irracional, de formas sin referencias a la realidad. El otro extremo se caracteriza por su alto grado de referencialidad, es decir, por su fidelidad a la naturaleza, por lo que no es tan necesaria la invención, pero sí el oficio, el control y la calma. Se trata de ver en qué medida se reparten estos valores en cada una de las artistas. Así, tratando de descubrirlo, aunque nos equivoquemos, habremos comprendido mejor el conjunto de la exposición.
A lo largo de la Historia del Arte siempre se han dado este tipo de contraposiciones, generalmente en función de la cercanía o alejamiento con respecto al clasicismo. Al lado de nuestro primer extremo estarían los manieristas visionarios como Rosso Fiorentino y El Greco, los románticos Fussli y Goya o los expresionistas como Emil Nolde y Jackson Pollock. Al otro lado, el del equilibrio, estarían por ejemplo, Rafael, el propio Velázquez, Mengs o Magritte. Podríamos resumir esta dicotomía comparando la luz de Tàpies y la paciencia de Antonio López. Y una contraposición más: la falta de asideros de la abstracción informalista, y la concreción y seguridad de la abstracción geométrica.
Patricia Azcárate (Madrid, 1959) practica desde siempre una abstracción radical e informalista, la que Dámaso Santos Amestoy llamó, en 1996, abstracción lírica. Sus formas más características van de las amebas a los filamentos y de la mera mancha al grafismo, sin rozar jamás las formas de la realidad más allá de una sutil sugerencia paisajística o simplemente vegetal. Lo más normal es que en la pintura de Patricia los trazos sean sólo trazos y las manchas, manchas, casi siempre referidas únicamente a sí mismas. Otra cosa son los significados que sus formas contienen respecto a su estado de ánimo y las circunstancias de su vida, siendo fundamental, en este sentido, el concepto de higiene, entendido como ruptura con el pasado y una opción apasionada por la libertad. Considero la pintura de Patricia como una de las opciones más ariesgadas y valientes, pues la abstracción informalista, cuando no se aviene afórmulas ya gastadas, como es el caso, es un continuoandar sobrela cuerda floja, siempre arriesgando.
Rosa Pérez Carasa (Riotinto, Huelva, 1957) es pintora de arquitecturas, tanto si se trata de edificios representativos como si son casas de vecindario, a veces linderas de solares o descampados barojianos. En los pinceles de Rosa, cualquier edificio, sea una vieja fábrica o un almacén de los suburbios, adquiere mayor nobleza merced a una pincelada precisa pero tan ligera que permite ablandar los contornos, y gracias también al uso de veladuras que contribuyen a crear una atmósfera envolvente. Últimamente la pintora ha cambiado los barrios degradados por los arrabales muertos donde las viejas naves y las fábricas obsoletas duermen el sueño anterior a la llegada de la piqueta urbanizadora y especuladora. Todo este mundo caduco al pasar a los cuadros de la pintora se reviste de dignidad por el hecho de haber sido motivo de atención y haber pasado, de algún modo a la inmortalidad, adquiriendo, incluso, un cierto aire extrañamente monumental.
El vídeo de Pilar Insertis (Madrid, 1959), Materia del aire, me parece la metáfora de la creación de un muevo clasicismo, una forma de organizar la realidad y de comprender el mundo. Pilar Insertis, desde su aparición y meteórica ascensión en los años 80, no ha dejado de depurar su pintura en la misma medida que ha ido creando un mudo propio, onírico e inconfundible. Su vídeo abre la Caja de Demiurgo e inmediatamente me transporta a Mesopotamia, a las grandes invenciones de la escritura, a la numeración sexagesimal, a la agrupación de las estrellas en constelaciones desde los observatorios de los zigurats, una manera de ordenar el cosmos que aún pervive.
El Demiurgo aparece en el Timeo de Platón al tratar el origen del hombre y del Universo; no es un creador pero sí un organizador del cosmos que ordena los materiales sobre los que fundar el mundo de las ideas.
Está muy claro el contraste entre el caos del comienzo del vídeo y el orden de la caja, entre el universo caótico e informe, y el mundo humanizado y civilizado. Insertis desarrolla una idea totalmente visionaria pero con un horizonte de orden y, coherentemente, en sus imágenes domina la geometría de contornos duros y los volúmenes netos. En la caja de Demiurgo están los elementos civilizadores, urbanizadores, claros y distintos, porque ella es el Demiurgo y aspira a ordenar la anarquía de la naturaleza. En esa aspiración continua y nunca lograda, comprenderá mejor la realidad y su propia existencia.
Eloísa Sanz (Soria, 1952) tiene ya una larga trayectoria de lucha contra el soporte convencional de la pintura, empezando por negar la tradicional forma rectangular y, desde hace unos años, también violenta la sagrada norma de la llanura, tan fundamental para Clement Greenberg. Poco importa saber si podemos seguir hablando de pintura o si habría que decir escultura o pictoescultura. Lo cierto es que Eloísa Sanz ha sacado al cubismo de su cautivo aplastamiento y no se ha limitado a descomponer en planos y a multiplicar los puntos de vista de la realidad, sino que, unas veces ha liberado la imagen despegándola del fondo mediante un plano abatido, y otras muchas, parte ya de un soporte diédrico que obliga al espectador amoverse si quiere percibir la obra en su múltiple totalidad. Las obras que ahora presenta, de aspecto sumamente frágil y protegidas en una caja de metacrilato, reducen a su esencia toda la trayectoria sobre la especulación espacial de la pintora y, quizás por eso, dejan a un lado su tradición de potente colorido, tal como hicieron los primeros cubistas. En los espacios creados por esos planos se dejan ver los elementos característicos de su mundo vegetal y submarino.
Las obras de Isabel Rubio (Salamanca, 1966), tanto por el soporte ligero y flexible como por la gracia y la naturaleza sutil y elegante de sus composiciones, llevan sin duda la impronta de su autora. Isabel crea formas que, en algunos casos, dudaría yo en llamarlas figuras, dado su carácter fragmentario. Es muy posible que las formas que el espectador percibe como figuras con una mínima alusión antropo o zoomórfica, no hayan contado, por parte de la autora, con la intención de dotarlas de esa condición. El trazo, sea continuo o, las más veces, discontinuo, y las agrupaciones de puntos, conservan siempre su naturaleza exclusiva de trazo o de punto, prevaleciendo sobre cualquier función referencial o representativa. Esto quiere decir que sus dibujos, ligeros y sutiles, han nacido en el papel y han de vivir en el papel porque no hay otro mundo que los acoja, ya que Isabel no utiliza recurso ni artificio alguno para simular el espacio o el volumen, y rara vez llega a cerrar los contornos.
Mesa Esteban Drake (Madrid, 1944) es una veterana que, como Adolph Gottlieb o como Clyfford Still, ha indagado durante años en cuadros de un esquema estructural basado en los mismos elementos esenciales y análoga disposición, pero obteniendo siempre resultados muy distintos merced al depurado uso que hace del color y a la progresiva apariencia de espacio originada por la nitidez de los elementos de los primeros planos y el carácter atmosférico de los fondos. El resultado tiene una impronta indudablemente romántica. De las cuatro obras que presenta, dos pertenecen a esta tradición y las otras dos, de aspecto misterioso y de escala incierta por la ausencia de referentes, apuntan un camino tan nuevo como misterioso, en lo que cuerpos sólidos redondeados, más cerca de ser cráneo que cualquier otra cosa esférica, emergen de nubes de humo negro. Son dos cuadros vaporosos y sumamente inquietantes, pero con una gran fuerza expresiva.
Nieves Estaire practica el reciclaje artístico. Creadora de formas rotundas y limpias que toman aún más fuerza gracias al uso que hace del color. En sus piezas no hay apariencia de desechos ni e basura, pues se trata de piezas relativamente grandes y ensambladas con una libertad que posee la vena del Nuevo Realismo francés, movimiento neodadaísta que precedió a la llegada del Pop, diferenciándose de Arman en que Nieves, más que acumular objetos iguales o similares, ordena y hace composiciones con objetos diversos, de tamaño relativamente grande. Las piezas que presenta en esta ocasión tienen un poco del aire ingenuo de los toys de Esteban Vicente y algo más de las estructuras tensionadas de Feliciano.
Sel Jiménez (Costa rica, 1947) esconde, bajo su frágil apariencia, una enorme potencia para generar monstruos que, en principio, no son más que animales de escasa fortuna, llamados a interpretar el papel de una humanidad doliente. Sus esculturas unas veces son la imagen del infortunio y otras vienen a ser vehículos de ternura. Un modelado vibrante, con las huellas de los dedos más explícitas que las de Rodin, aporta al barro cocido una apariencia orgánica y un fuerte naturalismo. Veo su Cabeza de cerdo como debieron ver el buey desollado de Rembrandt sus contemporáneos. Pocas cosas puede haber más alejadas del clasicismo. Tanto su pintura-dibujo como su escultura poseen la fuerza de lo hecho con una cierta violencia pero, conociendo a Sel, se comprende que ha tenido que alcanzar un cierto trance para que de su fragilidad y delicadeza puedan salir estas obras tan poderosas. Los nidos, vacíos, arrastran la contradicción de ser refugio y hogar pero con apariencia de ciclón. Las verdaderas tormentas tienen lugar dentro de uno mismo.
Sofía Madrigal (Segovia, 1954) es una de las pintoras más rigurosas y coherentes del panorama actual, dándose el caso de que sus primeras etapas fueron predominantemente abstractas y ha evolucionado hacia la figuración. Ama los ocres y los grises, la luz dorada del crepúsculo y la plata de los amaneceres. Bajo esas luces ha pintado sus obras abstractas en la que dominan las tramas de bandas ásperas y oblicuas. Esas mismas luces, generalmente vespertinas, son las que hacen visibles las fábricas abandonadas con sus depósitos y sus chimeneas, las ciudades llenas de grúas, las casas en construcción y todo lugar sombrío, solitario o inhóspito. En esta ocasión Sofía presenta paisajes de color unitario en los que el verde no existe y donde es inimaginable encontrar una flor. Son paisajes austeros que, tras su aparente reciedumbre noventayochista, esconden los misterios de posibles sucesos que suelen ocurrir entre dos luces.
Una exposición femenina con la una fuerza y una contundencia propias de un grupo excepcionales artistas; una exposición con una calidad artística sólo superada por la calidad humana de sus creadoras.

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