Crítica de arte
Homenaje a J. Mª Heredero
José María Heredero. Fotografía. Bar Santana.
Segovia. Hasta el 31 de diciembre
Jesús Mazariegos
El
Bar Santana hace un sencillo y merecido homenaje a José María Heredero, un
fotógrafo de la época en que los fotógrafos sólo eran fotógrafos y no se
empeñaban en ser artistas. La cosa está en que ser artista no es una cuestión
de empeño sino de serlo o no serlo. He ahí la cuestión. Se puede ser fotógrafo o
guarnicionero y ser artista, y se puede
ser pintor y no ser artista en absoluto. José María Heredero nunca se empeñó en
que le llamaran artista porque lo era y le bastaba con ser fotógrafo para
expresar su arte.
Buena cosa es que la fotografía,
amén de su valor testimonial e histórico, sea apreciada por sus valores
plásticos y por el contenido argumental o simbólico que se logra a partir de
las imágenes recogidas por el objetivo de una cámara. El objetivo de José María
Heredero era viajero, más de cercanías que de largas distancias, viajero y
caminante, buscador de luces y penumbras, localizador de figuras poderosas, de
paisajes capaces de conmover el ánimo, de anécdotas con miga, de nuevos y
definitivos amigos, de despedidas al atardecer y de despertares al alba.
Pero había una segunda fase en la
que Heredero era un maestro y un permanente investigador, el laboratorio. Allí
hacía nacer al mundo del papel en blanco y negro, las cosas tal y cómo la
cámara las había visto, o bien las sometía a diversos tratamientos y procesos,
muchas veces de resultado incierto, llegando a intervenir sobre la imagen, en
mayor o menor grado, hasta el punto de crear una nueva realidad que es la que
ahora podemos ver en el bar Santana.
Recuerdo los barrenderos al
contraluz de la mañana en la calle Escuderos, un grupo de chopos bajo una
especie de aurora boreal provocada, la figura humilde e inmensa de Agapito
Marazuela; las gitanas, siempre tan fotogénicas; el anticuario chamarilero o
los tratantes bajo el acueducto. Y el paisaje; solitario y sonoro como el del
Eresma haciendo ondas concéntricas o con esos paseantes cuya pretendida
mimetización otoñal pregona su reciente descanso y no desmiente un encuentro
amoroso. O el paisaje urbano de un pueblo andaluz, donde el sol hace brillar el
empedrado bajo la cegadora blancura de los encalados muros.
Esta es una buena manera de recordar
a José María Heredero y de honrar su memoria. Pero no es la única. Que cunda el
ejemplo.
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