Crítica de arte
Una buena novillada
“Tauromaquia”. Pintura y escultura. Gregorio Herrero
y Santiago Delgado. Casa de los Picos. Hasta el 2 de mayo.
Jesús Mazariegos
El
decoro es la adecuación y conformidad de las cosas con el ámbito en el que se
encuentran, sean los personajes en su ambiente, sean sus propios gestos en
función de su educación, sea el lugar de la representación según el caso. Eso
pasa con los toros, con las exposiciones y con todo lo demás. Es adecuado y
conforme al decoro que los matadores toreen en los grandes cosos y en las
grandes ferias, mientras que los novilleros lo hacen de Vistalegre para abajo.
Los
artistas también deben saber estar en su sitio. No sería decoroso ver un toro
de quinientos kilos en una portátil para aficionados ni a un pintor consagrado
exponiendo en un bar. Y viceversa.
La
exposición de temas taurinos de Gregorio Herrero (Carbonero el Mayor, 1955) y
Santiago Delgado (Salamanca, 1956) en la Casa de los Picos, sirve para
reflexionar sobre ese difícil arte de saber hacer y saber estar. Cuando una
cosa es auténtica no necesita pedestales desproporcionados que no harían sino
traicionar, a la larga, la esencia de lo que las cosas son. Por eso la
cuadrilla de toreros de Santiago Delgado, que justificaría por sí misma la
visita, tiene una peana muy baja, para que los diestros puedan mirar al público
levantando la cabeza. Quienes hayan visto las novilladas de hace años en los
pueblos, con aquellos hombres castigados que eran objeto de risas y mofas
aunque lo suyo no fuera la charlotada, aquellos toreros de trajes remendados y
deslucidos que también eran jornaleros o peones, podrán hacer la ficha completa
de cada uno, desde la altivez del pequeñito hasta la tragedia interior y la
infinita dignidad reflejadas en el rostro de la figura utilizada en la tarjeta
de presentación. Hay aquí mucha fuerza, mucha autenticidad, mucho decoro.
Las
pinturas de Delgado son otra buena muestra de frescura, pues en ningún momento
pretende ocultar su admiración por Picasso y por los otages o rehenes de Fautrier. En el fondo de estos rostros
deshechos está también el fondo expresionista y caricaturesco de Goya y de
Daumier.
Las
esculturas de Goyo Herrero van desde el academicismo de sus elegantes figuras
en bronce hasta la abstracción de las obras de la primera sala, con sugerencias
óseas que permiten también pensar en la elasticidad del cartílago. Formas que
nos engañan llevándonos por un instante a pensar en pelvis y omóplatos, para
sorprendernos de pronto con el plano liso, con el corte seco que reclama su
independencia de la naturaleza.
Si en
Santiago eran la contención y la intensidad psicológica las que daban fuerza a
sus figuras, Goyo opta por las actitudes, por la poses alígeras y orgullosas de
sus diestros: los desplantes, la chulería frente a la muerte, el valor junto a
la elegancia, el refinamiento del hombre del sur que tanto cabreaba a Sabino
Arana.
Una
pieza muy especial es la que muestra la obra Rejón de muerte inmediatamente después del proceso de fundición a
la cera perdida, sin separar los conductos del bronce. Además de su gran
utilidad didáctica funciona como pieza apta para disfrutar del bronce tal cual
y de sus formas y vacíos relativamente casuales
La
actitud del torero sentado es erguida, como la del cantaor que se prepara para los primeros ayeos; la tensión hace
creer que apenas nota su peso la silla que lo soporta. En sus obras más
recientes se aprecia un mayor expresionismo en la simplificación de los planos
y en la aspereza de las texturas.
La cosa
está muy clara. Muy cerca y muy clara. Donde esté una buena novillada que se
quite una mala corrida.
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