CRÍTICO DE ARTE JESÚS MAZARIEGOS

miércoles, 26 de octubre de 2011

Alfredo Aguilera y Harald Zimmer. Ay Z


Crítica de arte

A y Z


Alfredo Aguilera y Harald Zimmer. Pintura, dibujo y cerámica. Casa de los Picos. Hasta el 1 de diciembre.


Jesús Mazariegos

Alfredo Aguilera (Ciudad Real, 1948) y Harald Zimmer (Sevilla, 1944) son como los extremos antagónicos de la sensibilidad que se encuentran en la Casa de los Picos treinta años después de que el azar hiciera coincidir sus trayectorias en la universidad de Braunschweig (Alemania). Ellos son como la A y la Z. La A es el esquema mismo de la composición clásica, equilibrada y estable como una pirámide. La Z es el zigzag, la línea quebrada, los dientes de la sierra, la imagen del rayo.
Harald, que servía de intérprete a Alfredo, tenía un acento andaluz que daba otro aire formal al lenguaje e incluso parecía afectar al contenido y dejarlo con menos Hegel y más Lorca, con menos weltanchaung y más vitalismo mediterráneo. Y es que Harald Zimmer era, y sigue siendo, sevillano. La amistad con Alfredo servirá a Harald para regresar a sus orígenes y conocer en Madrid a Rafael Baixeras y a Mon Montoya, fundadas razones para encontrarse de nuevo en Segovia y colgar sus distintos temperamentos materializados en sus obras.
La obra de Aguilera aspira a ordenar el caos de la naturaleza con una paciencia alfarera. Por eso gusta sintetizar las formas asegurándolas en el plano y en la precisión de los contornos. Sus figuras y sus motivos vegetales son ajenos a cualquier tradición concreta pero poseen la sabiduría de las antiguas civilizaciones. Los diseños de Alfredo Aguilera, en pintura o en cerámica, animan la ingenuidad de lo primitivo con la intelectualización de la visión cubista. Sus signos corporizados en estelas o en ídolos laicos, sus personajes, anónimos y solitarios pero fieramente humanos, pertenecen a la tradición de lo nuevo. El suyo es un arte vivible, la obra de arte como amuleto cuyo poder radica únicamente en el efecto benéfico de su forma, arte capaz de reconciliar al hombre consigo mismo y con el mundo.
 Las piezas de cerámica de esta exposición parten de diseños de Alfredo Aguilera y han sido modeladas y esmaltadas por la mano mágica de María de Andrés, que ha despertado al barro para hacerlo reflejo colorista, metálico a veces; espejo incierto y fragmentario donde la realidad se integra en sus geométricos ídolos y los reviste de la cambiante sucesión de los momentos. María endurece el barro y, sobre su gravedad primitiva, levanta un presente vivo de invitaciones a gozar de los objetos y de la vida.
Harald Zimmer es un hombre con dos mundos en la cabeza, con dos sensibilidades cuyo antagonismo se relativiza desde el momento en el que se miran de cerca. Este hermano germano y sevillano, formal pero informalista, exhibe un expresionismo visceral, áspero y directo, sin concesiones al decoro. Sus formatos irregulares y su pulsión bárbara reflejan una búsqueda en lo más hondo y más irracional del hombre, expresado en imágenes que son como las huellas de los sentimientos más primitivos, como heridas interiores liberadas y vertidas sobre la fragilidad del soporte. Harald Zimmer ha provocado voluntariamente el sueño de la razón y ha convocado a los monstruos de la noche para hacerlos visibles y plantarles cara. La náusea existencialista se confunde con el desgarrado grito de la soleá. En su paleta se funde la raíz común del expresionismo hispano-germánico, expresada en un lenguaje que, aunque hunde sus raíces en el Kreuzberg berlinés, posee toda la furia de la veta brava.
            Exposición doble, antagónica y complementaria. Excita y relaja. Distrae y plantea problemas. Atrae. Interesa. Convence.

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