Fran Orcajo
Torreón de Lozoya
16 de febrero de 2007
LA CIUDAD MÁGICA
Abro los ojos y veo la luz de la mañana; un día más, único e irrepetible. Me asomo a la ventana y recuerdo, de cuando era niño, las mañanas de otra pequeña capital de provincia y su olor a pan. Recuerdo los coches, casi todos negros, el dga 1400, el Mercedes o el Citroen 11 ligero, las primeras furgonetas DKW y las vespas con sidecar. Yo entonces veía a los coches con cara, sobre todo a distancia, en carretera, cuando iba con mi padre, primero en un Fiat 1100 y después en un Renault 4-4. Los faros se convertían en ojos y el radiador o el parachoques cromado hacía las veces de boca. Había coches con caras alegres y tristes, unos tenían una expresión simpática y otros parecían enfadados. Creo que era el Morris el que siempre sonreía. Yo me imaginaba a sus conductores con el mismo carácter que su coche. Recuerdo estas cosas tras observar las últimas obras de Fran Orcajo y me doy cuenta de que los coches, para mí y creo que para más gente, son algo más que objetos inertes, son como seres que comparten nuestras vidas.
Me alegra ver coches en los cuadros que representan paisajes urbanos porque eso indica que se trata de una pintura que habla del presente. En Segovia ha perdurado durante mucho tiempo la visión romántica como ciudad pintoresca. Sin embargo, la palabra ‘pintoresco’ tiene hoy un matiz algo despectivo y se refiere a algo impropio, desfasado, estrafalario o ridículo. Así pues, la Segovia pintoresca es una ciudad de otra época, con mujeres con manteo, casas que se caen a trozos, curas con teja y burros por la calle. Pero cualquiera que hoy se dé un paseo por la ciudad, podrá comprobar que de esto, afortunadamente, no queda nada y que, por el contrario, hay coches por todas partes, coches de todas las marcas y colores, motos y furgonetas de reparto
Evidentemente no es la Segovia pintoresca de la que se ocupa Fran Orcajo. Hace tiempo que la pintura del siglo xx volvió la vista hacia la ciudad moderna. Ahí están dgard Hopper y Richard Estes. Fran Orcajo pinta la Segovia cotidiana con sus calles, edificios de viviendas, señales de tráfico, anuncios, tiendas y bares y, por supuesto, con sus coches. Y son precisamente los distintos modelos de coches o de motos los que ponen fecha a los cuadros. En Segovia, en Madrid o en cualquier otra ciudad, el coche es el protagonista permanente de la calle. En el caso de Segovia, el coche también puede crear un contrapunto con los viejos monumentos y podemos verlo junto a los ábsides, delante de los pórticos o bajo las gárgolas.
La estética de esta Segovia presente y cotidiana no hay que buscarla en los tópicos campestres ni en las antologías románticas. Se trata de una estética urbana que vive la ciudad y no suspira por el campo. Fran Orcajo parece haber sorprendido a la ciudad en sus horas mágicas, cuando los coches son sus únicos habitantes, en ciertos lugares cuando cae la tarde, o en la madrugada, cuando los primeros motores de arranque rompen el silencio. Se podría dudar si esta ciudad colonizada por coches y motocicletas existe realmente a ciertas horas, o si es una invención quimérica del pintor, y nos ofrece otra ciudad soñada, que sólo existe en su imaginación. Yo creo que esa ciudad mágica, pintada o verdadera, es Segovia sin duda, la de la primavera luminosa, la del dorado otoño y blanco invierno, las de las áureas horas de la tarde y las mañanas claras; la de los monumentos y los coches, la de los rótulos y las gasolineras.
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