CRÍTICO DE ARTE JESÚS MAZARIEGOS

sábado, 22 de octubre de 2011

Patricia Azcárate. PATRICIA AZCÁRATE Y LOS CUATRO ELEMENTOS

PATRICIA AZCÁRATE
Y LOS CUATRO ELEMENTOS
Constelación Arte, 2007

1. Antes de ahora

Voy a ver a Patricia. He cogido la carretera de Torrecaballeros desde la circunvalación y he aparecido en su estudio. Está iluminado y se oye música a todo volumen. Sin decir nada he franqueado la puerta. Patricia está pintando. Acaba de empezar una sesión de trabajo sobre un cuadro. Mal momento el mío para llegar.
            Tras el inevitable susto, sonríe, viene, nos abrazamos. Apenas hablamos. Hay que seguir trabajando, me dice. Yo pinto y tú escribes.
            Me da un cuaderno y me acomodo sobre un sofá cubierto con una colcha. La observo en silencio. Patricia pinta con pintura negra sobre un cuadro amarillo.
            Patricia está en traje de faena. Lleva un pantalón estrecho que le llega por la pantorrilla, con un estampado aleatorio de manchas de óleo sobre un fondo oscuro. Un blusón gris parece como si quisiera ocultar su atractivo. Se sujeta el pelo con una cinta ancha y negra que lleva en la cabeza.
            Siento que mi presencia la condiciona pero pienso que marcharme o simplemente levantarme, sería peor. Acabaría distrayéndola. Ella, con el rostro serio, sigue pintando. Pinta los cuadros en horizontal, colocados sobre dos borriquetas de hierro, al tiempo que ejecuta una singular danza en torno al cuadro. Cada uno de sus gestos se traduce en una mancha o en un grafismo. De pronto se abalanza sobre el cuadro y, de rodillas, escribe unas palabras con una punta de caucho sobre la pintura fresca. No alcanzo a ver lo que ha escrito y sé que no es fácilmente legible, pero también sé que dice cosas.
            La gran brocha se desliza sobre la superficie del lienzo. Patricia pinta en un lienzo montado sobre madera y con una concienzuda imprimación. A ella no le gusta que el lienzo ceda, no soporta que esté blando.
            Patricia es una mujer fuerte y valiente. He visto trabajar a varias pintoras, de forma accidental, pero, en estos momentos siento que estoy gozando de un especial privilegio. Soy testigo de una experiencia generalmente reservada a la soledad.
            Ahora busca otros colores entre los botes de pigmento. Prepara un bermellón. Se ha quedado como una estatua antes de usar el nuevo color. Lleva así varios minutos. Mueve el cuello, como interrogando al cuadro. Espera con el bote de bermellón en una mano y la brocha en la otra. Ha salido de su postura estatuaria gracias al ritmo de la música que le hace moverse ligeramente. Se trata de una música de percusión norteafricana. Al cabo de un rato se ha sentado. Está pensando. Creo que sufre. Ahora lleva el ritmo de la música con un solo pie. Todo está parado.
            Se levanta repentinamente y coloca otro cuadro junto al que está pintando. Los dos forman un díptico. Los mira con detenimiento. Baila de forma muy contenida, sin moverse del sitio. Ha cogido de nuevo el bermellón pero se muestra dubitativa. Al cabo de un largo rato vuelve a dejarlo en el suelo. Prepara otro rojo más anaranjado y lo derrama sobre uno de los bordes del cuadro. Por fin vuelve al bermellón y extiende una pequeña cantidad sobre otra zona del cuadro. Abandona el trabajo pero no está completamente segura de dar la obra por terminada.


2. Los cuatro elementos

Han pasado unos meses desde aquella tarde. Patricia Azcárate ha llenado su estudio de esponjas naturales. Me quedo sorprendido. No entiendo nada. Pero, cuando reparo en sus últimos cuadros, comprendo que las esponjas han salido de ellos. Me doy cuenta de que Patricia siempre quiere más, quiera llegar más allá. Patricia no tiene límites, quiere la luna, no puede con los límites. Ella no es muy grande pero todo le viene pequeño. Los cuadros son planos y sólo tienen dos dimensiones. Es lo propio de la pintura. Pero ella piensa que son pocas dimensiones. Quiere al menos tres, que son las del espacio. El tiempo lo ponemos nosotros.
            Los pintores trabajan sobre el plano. Por supuesto, las pintoras también y ella sigue trabajando sobre el plano. Su pintura, a pesar de ser abstracta, tiene mucho de autobiográfica. En ella hay historias de huellas, de pensamientos, de caminos y tramas, de hilos con recuerdos, de vacío, de nuevas huellas cada vez más desnudas e inmediatas. Últimamente ha abandonado las superficies esmaltadas o satinadas sustituyéndolas por otras completamente mates, pues ahora disuelve los pigmentos en agua y cola, haciendo, por lo tanto, una pintura al temple. Este cambio responde a una necesidad de pureza, de autenticidad, de verdad, de higiene espiritual. Higiene del agua.
            El estudio de Patricia es espacioso y está rodeado de campo por todas partes. Ella ama los grandes espacios y el aire libre. Necesita respirar a pleno pulmón, necesita aire.
            Pero no cabe duda de que Patricia tiene los pies en el suelo. Pisa un territorio impuesto por la pintura porque lo ha dado todo por la pintura. Para ella, pues, es importante el territorio, el lugar. Es importante la tierra.
            En su estudio de Tizneros hay un gran muro de leña cuidadosamente apilada que el invierno va quemando en un fuego de hogar que también hace posible la creación. Los troncos de encina hacen posible la vida, el pensamiento y la pintura. El calor hace habitable el invierno y  el fuego todo lo ablanda y lo renueva.
            Las esponjas estaban ya en esos cuadros, como aplastadas por un cristal. Ella no lo sabía pero un día empezó a sospecharlo mientras pintaba. Aquellas manchas que al principio no tenían unos límites precisos, al secarse tomaban una forma y un color definitivos. Se acordó de las esponjas. Ellas le sacarían de los bidimensionales límites de la planitud. Sintió que era ella quien tenía que hacer algo con las esponjas y también se sintió esponja, mojada, empapada de agua y de conocimiento. Sintió como si se fundieran los bordes y desaparecieran los límites entre ella y el cuadro. Entonces se sintió segura y alegre.


3. El aire y el vacío

El vacío es una obsesión instalada en el subconsciente de la Humanidad. No se soporta el vacío si no es desde el punto de vista místico y, en todo caso, para considerarse lleno del propio vacío. A lo largo de la Historia del arte se dan numerosos casos de horror vacui que combaten ese miedo visceral rellenando de decoración todo el espacio disponible. Incluso la antigua Física tuvo que inventar la existencia del éter, como trasunto del vacío, puesto que no se explicaban fenómenos como la propagación de la luz en lugares sin aire.
            Patricia ha sentido el vacío dentro de sí y lo ha visto en el espacio real pero no se ha dedicado a disimularlo llenándolo de elementos diversos sino que se ha encargado de delimitarlo y ordenarlo, aceptando su existencia y respetándolo en grado sumo. Diríase que siente una cierta atracción por el vacío. El mobiliario de esta exposición constituye una afirmación explícita del vacío, una delimitación de pequeños espacios de vacío.
            En los últimos tiempos Patricia Azcárate se ha convertido, no sé si en una especie de chamarilera incontrolada o en una ecologista modelo que recoge restos de muebles esparcidos por el campo, generalmente metálicos, por ser supervivientes del fuego. Estos restos de mobiliario, especialmente los somieres, forman parte de los cercados de las fincas, formando vallas irregulares que son como alineaciones de extrañas estelas sin inscripción que descifrar ni persona que recordar. Combados y deformados por la acción del fuego, reducidos a su propio perímetro, la mirada de la artista les ha devuelto la dignidad al valorarlos como dibujos trazados en el espacio.
            Otras veces se trata de estructuras de sillones que han perdido toda su tapicería, de sillas sin asientos ni respaldo o de simples fragmentos, lamas, flejes, pletinas o muelles que Patricia ve como columpios o como tallos y utiliza como soportes, como puntos de apoyo para sus esponjas.
            Ella sabe que estos restos de muebles tienen detrás muchas historias que guardan en su invisible memoria. No son piezas únicas ni especiales ni reliquias singulares; fueron muebles del montón quizás prematuramente desechados por su escasa calidad, muebles anónimos de gente anónima que no han merecido ser conservados sino que se les ha condenado a la intemperie o al fuego, hasta quedar irreconocibles, aunque, a veces, conservan la forma esquemática de lo que fueron. En todo caso, han dejado de ser lo que eran y se han convertido en contenedores de vacío. Vacío físico y vacío de cosas que no han dejado recuerdo, que están borradas para siempre. Cuántos sueños, cuántos placeres, cuántos dolores, pesadillas, amores y desamores se tejieron y crecieron sostenidos por estos hierros inermes. Estos objetos son el poso de la memoria, pero de una memoria tan perdida que nadie podría ya reconocerse en ellos, ni siquiera sus antiguos dueños. Son objetos de hoy  convertidos de repente en cosas de ayer, excedentes de la cultura material, basura urbana convertida en chatarra o en cerca, rescatada y redimida, elevada a la dignidad de ser objeto de la mirada.
            Las esponjas son ligeras, no pesan lo suficiente como para tensar el hilo de acero del que cuelgan. El agua tensa las cuerdas y el peso de las lágrimas de vidrio aporta verticalidad y rectitud al acero hasta convertir la plomada en columna, en fuste virtual que, más que llenar el espacio vacío, acota su territorio poniéndole límites perfectamente salvables y creando un espacio a un tiempo habitable y franqueable. Es este un espacio con precedentes en las salas de columnas, en la sala hipóstila egipcia, en la apadana persa, en la mezquita islámica y, en última instancia, en el bosque, común a casi todas las culturas.
            La metáfora del vacío se extiende a lo que de común tienen, en su naturaleza, las personas y las esponjas. Decía Engels que al nacer nuestro cerebro está vacío, que todo lo que tenemos dentro nos ha venido de fuera, lo hemos aprendido. Funcionamos como una esponja cuando absorbemos o asimilamos experiencias, cuando nos empapamos de conocimiento, cuando llenamos el vacío inicial del que partimos. Las esponjas -ahora comprendo que sólo sean femeninas- son un cuerpo preparado para empapar, para recibir, para acoger y llenarse hasta la plenitud. Las esponjas absorben líquido hasta un punto máximo paroxístico que son incapaces de mantener durante más de un segundo, tras lo cual, se relajan y se abandonan, como si por un momento hubieran superado su capacidad de absorción, como pasa a las personas cuando se han llenado demasiado con el trabajo, con el amor, con el arte o con cualquier otra forma de alimento espiritual.
            Las esponjas llenan el espacio vacío y llenan su propio vacío interior. Patricia acaricia una esponja recién teñida y, mediante pequeños movimientos, como si la acunase, le devuelve, emocionada, su corporeidad. Luego la cuelga de una pletina de hierro como quien pone a un niño pequeño en un columpio y siente una emoción infinita y repite varias veces: ¡qué bonita!.
            También ha colgado telas encoladas que desafían la gravedad. Son telas que han congelado su movimiento cuando estaban mojadas. No cubren ningún torso, no se ciñen a ningún cuerpo, nada tienen que ver con Fidias ni con Peonios y sí con la desubicación, con la desorientación y la pérdida del Norte magnético.


4. La higiene del agua

Repitió una vez más: ¡qué bonita!, y lloró. Dicen que es sano llorar. Creo que no tanto como reír. Llorar puede ayudar a abrir la puerta a la posibilidad de reír. Las lágrimas arrastran amarguras y, al final, clarifican la vista y la percepción de las cosas.
            Una de las últimas exposiciones de Patricia Azcárate se llamó Pensamientos lavados. Ahí estaba flotando la idea de higiene, de romper con el pasado y con la rutina, de aprender una nueva lección.
            En los baños de Marruecos le pareció fantástica la idea de desprenderse de las células muertas de la piel. Las esponjas levantan las escamas del tiempo y el agua las arrastra.
            Las esponjas marinas, además de ser lo que científicamente son, pueden ser metáfora de cuantas cosas sean acordes con su apariencia o sus cualidades. Al ser pigmentadas con color, las esponjas recobran uno de los posibles aspectos que tenían en su vida submarina, al tiempo que devuelven a la nueva pintura de Patricia una mayor intensidad y riqueza cromáticas.
            La esponja es nube, es flor y es persona. Como la nube, la esponja es amorfa, maleable y cambiante y, como la nube, guarda el agua dentro de sí o lo deja escapar.
            Uno de los objetos rescatados por Patricia es un somier, desprovisto de todo excepto de su marco deformado por el efecto del fuego. La pintora ha pensado que sería un buen acomodo para las nubes y lo ha colgado a considerable altura. Al instante se ha convertido en la cama de las nubes. Cuando veo volar este artefacto por el estudio de Patricia, creo de nuevo en las alfombras mágicas, en las brujas buenas y en las nurses voladoras.
            Kalymnos es una pequeña isla griega con un pueblo del mismo nombre. La historia de las esponjas está rodeada de agua. Desde tiempo inmemorial, los habitantes de Kalymnos se han dedicado a la pesca de esponjas en las costas norteafricanas. Esta actividad tiene mucho de desafío, de riesgo, de tragedia y de orgullo. Del mismo modo que, en algunos pueblos o tribus, los antiguos guerreros extraían el corazón del enemigo vencido y lo comían para apoderarse de su fuerza, cuando he visto a Patricia Azcárate con una esponja chorreante de color magenta oscuro, me ha hecho recordar el ancestral rito. Parece como si ella, inconscientemente, en su convivir diario con las esponjas, se contagiara del valor y del orgullo de los pescadores de Kalymnos, al tiempo que también asume los riesgos que conlleva una vida poco convencional, llena de posibilidades y de riesgos y con todas las responsabilidades que se derivan de la libertad.


5. La Madre Tierra

Con todo, Patricia es una mujer muy consciente de dónde pisa, de cuales son sus coordenadas en el mapa del arte y su lugar en el paisaje. Vive al pie de la Sierra, entre campos de pasto, pero todos los días utiliza la carretera.
            Si la mayor parte de las obras de esta exposición tienen una clara vocación aérea, hay unas cuantas obras que son decididamente terrestres. Ello refleja la dualidad de esta artista que, como todo en el universo, se mueve entre contradicciones. Pero su contacto con la tierra también quiere ser más intenso que el de cualquier mortal, quiere absorber su energía telúrica y escuchar los pulsos que llegan desde las simas más hondas. Empezó a hacer unas manchas redondeadas, con los contornos difusos e intuía que esas manchas podían despegarse del plano en cualquier momento. Sufría pensando que había condenado a esas manchas a estar ahí, boca abajo, pegadas al plano, sin poder levantar la cabeza ni estirar las piernas. Patricia, haciendo un ejercicio de empatía, se vio a sí misma en esas manchas y quiso manumitirlas, hacerlas libres.
            Pero se dio cuenta de que ponerse en el lugar de las manchas suponía compartir las limitaciones de la bidimensionalidad. Ella misma se derramó sobre un cuadro tendido en el suelo y fue dejando sobre el lienzo un rastro azul, de un azul de cielo intenso. Se quedó dormida y su cuerpo se fue separando del cuadro, permaneciendo unos segundos en el aire. Soñó que era una esponja. De sus cabellos caían gotas de pintura azul.
            Hay dos obras que expresan a la perfección el tributo que hay que pagar a la realidad material de lo terrestre y lo pedestre, a la esclavitud de la gravedad, a las limitaciones del mundo físico. A veces son necesarias las prótesis para poder arrastrar la impedimenta de la vida, la pena mora de la existencia. Una de estas obras, la titulada Paseo desmayado, tiene como parte principal una esponja vegetal de maguey, no marina, como una forma de remarcar su condición terrestre, más seca y mas áspera. Esa forma roja y alargada que se arrastra con la ayuda de una prótesis-rueda, recuerda la inmensa pierna de la mujer que ocupa el ángulo inferior derecho del Guernica y produce el mismo efecto de dolor e impotencia de la leona herida de Nínive.
            Otro casi-carro, esta vez de dos ruedas, arrastra un plomo que, al mismo tiempo, es lo que le mantiene en equilibrio. A veces las cargas cotidianas también evitan caer en la completa locura. Patricia compagina los lastres domésticos con la creación artística y con sus funciones de madre. Juana y Miguel son la razón última de todo.

                                                       
6. El dominio del fuego

Las esponjas reclaman el concurso del vidrio. Su ligereza y su porosidad necesitan el peso y la dureza del vidrio. Bien pensado, el vidrio viene a ser lo contrario de una esponja. Es rígido e indeformable, es impermeable e impenetrable, es duro y pesado pero transparente. Además conserva las formas blandas del momento de su gestación en contacto con el fuego. El vidrio posee cualidades comunes al agua, como su transparencia, y otras, aparentemente contradictorias, que le confieren una naturaleza paradójica, como su extrema dureza y su gran fragilidad, como su facilidad para ser traspasado por la luz y no por otros cuerpos, sean sólidos, líquidos o gases. Patricia ha apreciado esas cualidades antitéticas del vidrio y lo ha convertido en complemento de la esponja. Nunca dos cosas tan diferentes han armonizado tan bien como en El sonido del silencio, una campana de cristal conteniendo en su interior una esponja roja y redonda.
            Fue Heráclito quien afirmó que el fuego es el sustrato material del Universo, en un constante flujo que une y separa los contrarios. El fuego se asocia a las divinidades celestes y simboliza lo que de espiritual o de divino hay en el hombre. Sin proponérselo, Patricia Azcárate, como hiciera Empédocles de Agrigento a mediados del siglo V antes de Cristo, ha hecho confluir a los cuatro elementos, aire, agua, tierra y fuego como fuerzas primitivas generadoras del acontecer mecánico de los días y de su propio trabajo de artista. En el sol que nace cada día, en el fuego que de él procede, está el principio de la regeneración, la fuerza de la destrucción y de la vida. La enseñanza de Heráclito era lúcida, la vida como río, el fuego como principio y fin, como fuente de renovación eterna. Los vidrios de esta exposición han nacido en el fuego de los hornos del Centro Nacional del Vidrio, en La Granja de San Ildefonso.
            Lo que pesa el corazón es una metáfora del amor de madre, del amor que no espera recompensa. Pesan los recuerdos en la memoria, pesan las palabras y los silencios; pesan, en fin, los papeles escritos que ha de barrer el viento y que ha de borrar el agua.

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