CRÍTICO DE ARTE JESÚS MAZARIEGOS

viernes, 21 de octubre de 2011

EJERCICIOS PARA PODER MIRARSE AL ESPEJO

Ejercicios para poder mirarse al espejo
Colectiva UNICEF     
01 de abril de 2004 
Casa de los Picos. Segovia

La palabra ejercicio o, mejor, ejercicios, en plural, me trae recuerdos de la adolescencia. Por un lado, ejercicios de las asignaturas de ciencias, por otro, ejercicios espirituales, que eran las únicas excursiones en las que se dormía fuera de casa. Yo hice muchísimos, en PREU, nueve diarios, tres de matemáticas, tres de física y tres de química. De los primeros, me refiero. Lo de llamarlos ejercicios y no problemas, creo yo que tenía algo que ver con la mortificación, pues resolver un problema es una satisfacción, algo así como descifrar un enigma, se llega a una conclusión, es como un descubrimiento, algo realmente compensador y satisfactorio. El ejercicio, en cambio, es bregar por bregar, para coger práctica, sin un fin concreto y visible, sin recompensa inmediata. Con razón ejercicio rima con cilicio y con sacrificio.
De los espirituales hice unos en Los Molinos sin demasiado aprovechamiento, ya que, en medio de la mayor manifestación de fervor, el frío me produjo una risa contagiosa que se fue generalizando hasta acabar con el acto.
Quedó demostrado que algo fallaba: debió ser el frío. Más tarde he llevado el cilicio de corregir miles y miles de ejercicios. Ahora hago los que me manda la fisioterapeuta, de cuello, de respiración, abdominales, de relajación, etc., que no suponen solucionar ningún problema, o sea, que son de los de bregar y sufrir, es decir, de los que no esperan otra recompensa que la de apuntalar la ruina para que se derrumbe más despacio.
Lo cierto es que le he cogido cierto gusto a esto de los ejercicios y aprovecho la oportunidad que me brinda UNICEF para proponer a los lectores de este catálogo unos interesantes ejercicios cuyo contenido se expresa con toda claridad en el título de este escrito.
No sé trata de ejercicios de agudeza visual ni de juegos ópticos, tampoco consiste en castigar las cervicales para conseguir verse el cogote. Nada de eso.
No es una cuestión de fuerza ni de elasticidad, es una cuestión de resistencia y, al mismo tiempo, de dignidad y de vergüenza. De resistencia ante la visión de nuestro propio rostro, de capacidad para aguantamos la mirada. De dignidad y de vergüenza para asumir cuál es nuestro papel es esta cueva de ladrones que es el gran mercado del mundo.
Cada día asistimos a una nueva demostración de la desvergonzada inmoralidad de los poderosos. El hecho de que tengamos la fortuna y el privilegio de vivir en el primer mundo y no sólo comer todos los días sino tener acceso a la cultura y al ocio, no debe convertimos en cómplices del injusto sistema económico internacional que condena a los países pobres a la miseria yola muerte, al tiempo que contribuye a incubar serias amenazas contra la paz mundial.
Tampoco se trata de hacer una revolución. La revolución vendrá sola en el momento que se den las circunstancias históricas pertinentes. Ahora se están poniendo las bases. Una de esas bases es el menor crecimiento de los europeos con respecto a la población inmigrante en Occidente; otra de las bases es la desesperación a la que se ve abocado el tercer mundo como consecuencia del abismo de miseria al que los países ricos le condenan. Cuando se ha perdido toda esperanza, cuando no se tiene nada que perder, es cuando se dispara la violencia a gran escala.
   Tampoco se trata de que se haga usted misionero, se meta a monja de clausura o que se apunte a una ONG y se vaya a Sudán, aunque hay gente que lo hace, lo uno y lo otro. No se trata de quemar los bancos ni la bolsa, ni siquiera se trata de que se queme usted a lo bonzo. Soy consciente de que no estamos entre héroes.
Si se siente usted desorientado y teme que le salga por donde menos piensa, no se preocupe que no le vaya prohibir la bebida ni el tabaco, puede usted comer lo que quiera y de lo demás, lo que pueda o lo que le dejen. Consuma sin freno, consuma, Incluso, con cierto refinamiento, dese el placer de comprar una obra de arte, porque, en este caso, consumará usted el admirable gesto del pintor que graciosa mente la ha cedido a UNICEF. Estará usted contribuyendo a remediar la situación de unos cuantos niños y niñas de los que lo pasan mal y, ante tal argumento, su cónyuge no tendrá armas para reprocharle que se presente en su casa con un cuadro, en el caso en que tal circunstancia pudiera darse.
Pero volvamos a los ejercicios. Levántese, vaya al cuarto de baño sin abandonar la lectura y mírese al espejo. Deje de leer por un momento y mírese a los ojos, mírese el pelo, las orejas, los orificios de la nariz, la boca; mírese las manos. No se preocupe, esto no es el examen de conciencia para una confesión, ni un interrogatorio sobre su vida personal, no se trata de hacerle mostrar sus pequeñas miserias.
Usted no tiene moscas en los ojos, sus hijos no tienen moscas en los ojos, usted está limpio, tiene los dientes arreglados, oye música de cuando en cuando, a veces ve una película, sus manos tienen las huellas de su trabajo, según el caso; ese trabajo le permite vivir y alimentar a sus hijos, si los tiene. Felicítese, está usted delante de un privilegiado, estamos entre privilegiados. Eso está muy bien. Pero no obre usted de modo que vea en el espejo a un privilegiado egoísta, sino, más bien, a un privilegiado solidario y generoso. En este caso, ya sabe usted dónde está la diferencia. compre pintura!.
Compre sin duelo. De este modo podrá usted mirarse al espejo todas las mañanas, porque verá a un tipo verdaderamente agradable que sabe redistribuir la riqueza y limar los desequilibrios que el sistema genera. De este modo, además de mirarse al espejo podrá contemplar su cuadro todo el tiempo que quiera. y, sobre todo, habrá ayudado a que la vida de esos niños sea un poco mejor. Como puede ver, todo ventajas.

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