CRÍTICO DE ARTE JESÚS MAZARIEGOS

viernes, 21 de octubre de 2011

LA CASA DEL SIGLO XXI

La Casa del Siglo XXI

A la memoria de Ricardo Borregón
29 de abril de 2004



5.4 La Casa del Siglo XXI
abril, 2004

En cierta ocasión, al terminar una conversación con el comisario de exposiciones internacionales Luis Gon­zález Robles, en el momento de despedirnos, me encargó encarecidamente que diera recuerdos «a los hombres del siglo XXI», lo que sin duda fue un despiste y una asociación de ideas con el nombre de la cono­cida editorial de libros de Historia, pues, como es natural, se refería a los galeristas de La Casa del Siglo XV. A raíz de esta anécdota, a veces he bromeado conmigo mismo cambiando un siglo por otro, pues lo del siglo XXI lo veía como una proyección hacia el futuro y, ahora que ya es presente, aunque no hay demasia­dos signos para pensar que nos vaya a salir un siglo mejor que el anterior, es el que tenemos y no vamos a vivir ningún otro. En él estamos, vivos, de momento, los hermanos Serrano, el lector y un servidor, por lo que será mejor llevarnos bien con él. La casa sigue siendo del siglo XV, pero los hermanos Serrano, Ángel y Jesús, y el acon­tecimiento que celebra este catálogo, no cabe duda de que son fenómenos del siglo XXI.
Al intentar expresar en unas pocas páginas lo que La Casa del Siglo XV ha aportado a la ciudad de Segovia y lo que sus artistas han significado a lo largo de casi cuatro décadas, no parece posible actuar como un historiador, pues la documentación disponible proporcionaría una cantidad de datos de inte­rés suficiente como para poder convertirse en un libro. Una drástica selección necesitaría un criterio tendente a la objeti­vidad, arduo problema cuya solución no quisiera hurtar a los comisarios. Así pues, escribiré más como crítico que como historiador, y dejaré, como decía Diderot, que las ideas "me asalten", aunque serán más bien los recuerdos los que trataré de ordenar. Haré memoria de las personas que La Casa del Siglo XV me ha permitido conocer y escribiré sin ánimo científico ni exhaustivo, sin notas a pie pero con alguna digre­sión. En resumen, no emplearé gran cosa la cabeza y me dejaré arrastrar por las demandas del corazón.
Las personas que en los años sesenta aún no habían nacido, tienen una estimación del tiempo trans­currido desde entonces que les hace considerar aquella época como muy alejada en el tiempo, algo así como el 'antes de la guerra' de los que, entonces, ya vivíamos en la España del Caudillo y empezábamos a almacenar recuerdos. Me da la impresión de que la visión de aquellos años como 'noche de los tiem­pos', se ajusta mucho más a la realidad que la idea inicial que tenemos los que crecimos en aquellos años duros. Una vez hemos conseguido olvidar algunas cosas, somos poco conscientes de la inmensidad del abismo que separa aquel pasado de este presente. Esta paradójica reflexión ha ido surgiendo a medida que hojeaba los periódicos de los primeros años sesenta, cuyos titulares me han remontado a noticias y hechos que tenía alojados en las últimas estanterías de la memoria.
La Segovia de finales de 1962 era una más de las pequeñas y provincianas ciudades de una España que aún arrastraba las penurias de la posguerra. Hacía sólo tres años que se había puesto en marcha el Plan de Estabilización y se empezaban a notar los efectos positivos del ajuste monetario en la afluencia de turistas extranjeros. La emigración hacia los centros industriales y hacia Europa, en busca de trabajo, sólo era el comienzo de un flujo de población del campo a la ciudad que acabaría despoblando la Meseta.
Los titulares de prensa de aquellos días se referían, por ejemplo, al comienzo de las sesiones del Conci­lio Vaticano II o a la crisis de los misiles soviéticos en Cuba, que tuvo al mundo al borde de otra guerra mundial. Ahora bien, la única noticia que llenaba por completo una portada era el setenta cumpleaños del Generalísimo, con una gran fotografía aderezada con numerosos testimonios sobre su increíble vitali­dad. El noticiario local se hacía eco del comienzo del curso en el Seminario Diocesano con 458 semina­ristas y se anunciaba la puesta a la venta de la Bula de la Santa Cruzada. En este contexto y entre otras informaciones, fueron apareciendo, en las páginas de El Adelantado de Segovia, con una progresiva cadencia in crescendo, una serie de anuncios a dos y tres columnas, en los que podía leerse un misterioso mensaje, "«La Casa del Siglo XV". En días sucesivos se fueron añadiendo detalles a la información, «artesanía, regalos, arte, objetos de carácter», o bien «Frente a la estatua de Juan Bravo» y, poco antes de la Navidad, "Próxi­ma apertura". Es difícil saber ahora el grado de expectación que estos anuncios crearon. Una de las por­tadas de aquellos días decía: "Continúa la ola de frío".
El día 28 de diciembre de 1962, tuvo lugar la apertura de la tienda de artesanía y regalos y el 1 de febre­ro de 1963 la exposición de cerámica de los arquitectos Miguel Durán Lóriga y Jesús Martitegui.
La ciudad no se convulsionó pero, al día siguiente, Ricardo Borregón publicaba en El Adelantado un artí­culo en el que, desde el primer momento, dejaba ver con absoluta claridad su apuesta por la modernidad. Entre otras cosas, establecía un paralelismo o correspondencia entre la singularidad de las cerámicas y la mayor atención e interés que por ello merecían. Esta clara posición de quien iba a escribir durante años agu­das críticas sobre multitud de exposiciones, contrasta con la postura bienintencionada pero atada a la tra­dición, de un breve artículo publicado en la revista Vanguardia Segoviana, donde, entre frases laudatorias para la exposición, se desliza un adversativo «aunque gira en torno a figuras abstractas». En un tono más retórico, el corresponsal de Informaciones, Antonio Gómez Santos, señalaba la necesidad que había de una tienda así y la importancia de su papel cultural. Algún tiempo después, Gómez Santos valoraba, con tintes épicos, el hecho de que "todos los hogares" tuvieran acceso a "regalos con categoría artística", por lo que creía que la labor de La Casa del Siglo XV debería considerarse como de "indudable interés social".
Tras la apertura de la tienda y la exposición de cerámica, los hermanos Serrano se tomaron un año dedi­cado a la planificación del programa de exposiciones de la galería. A mediados de marzo de 1964, cuan­do el final del invierno se resistía a dar paso a la incipiente primavera, el telón y el sonido de fondo de aquellos días previos al primero de abril, era la celebración de los 25 años de Paz, "de fecunda paz bajo el mando del Caudillo", decía un titular que, a continuación, advertía: "Conmemoremos 25 años de paz pero también una victoria que ha de mantener cada día su vigencia". Días después las portadas de la prensa daban cuenta del "Triunfal recibimiento de Franco en Bilbao". La información local comentaba la pre­sencia de Fraga Iribarne en el campamento de Robledo, al cumplirse los veinte años de su estancia en las milicias universitarias.
El 23 de marzo de 1964, tuvo lugar la inauguración de la galería como tal, en un acto sencillo, con asistentes de la prensa y radio locales. Las obras expuestas eran de Manuel López Villaseñor. Al día siguien­te, Ricardo Borregón aplicaba las palabras precisas a la pintura del manchego, calificándola de "sorda, sombría y escueta", valorando positivamente el "despojo de lo anecdótico" en favor de la "voluntad expre­siva". En uno de los párrafos, Borregón hacía un juicio clarividente sobre la misión y el futuro de la recién abierta galería: "Es la primera vez que tal hecho se produce en Segovia a cargo de la iniciativa privada. Creemos que se puede esperar que esta sala contribuya de manera importante a cuidar en la ciudad un clima de mejor conocimiento y comprensión hacia las formas vivas y actuantes del momento artístico. Si entre nosotros hay todavía personas que detentan una actitud poco evolucionada ante las exposicio­nes artísticas, de modo que consideren en primer lugar y acaso el único, la habilidad puramente artesa­nal del artista para el dibujo o la reproducción del natural, sin duda ello se debe, en gran parte, no a la falta de sensibilidad sino a no estar puestos al día respecto a los pasos que va dando la Historia del arte".
Por un lado, la confianza en La Casa del Siglo XV como vía de conocimiento que promueva la acepta­ción y comprensión de lo nuevo; por otro, la extendida confusión entre arte e imitación de la realidad, consecuencia de una general falta de formación.
Desde entonces, cientos de segovianos y segovianas deben a La Casa del Siglo XV el haber sido la puer­ta por la que han tenido acceso a un mundo de satisfacciones estéticas y de crecimiento espiritual. Quie­nes hagan memoria, lo reconocerán. Sin embargo, mucho me temo que, en aquella primavera, cuando el frío invernal no dejaba de despedirse, lo que vino a animar las conversaciones y a levantar el orgullo patrio fue, sin duda alguna, el hoy legendario gol de Marcelino, de cabeza, en la portería de la Rusia comunista y a siete minutos del final del partido.
A buen seguro que también lo celebraría, a su manera, Ricardo Borregón, al que he citado varias veces puesto que sus escritos dan testimonio de la realidad cultural de aquellos años. Aunque cuando lo cono­cí tenía una gran dificultad para hablar, yo le había confesado mi admiración por su obra y él, agarrán­dome fuertemente del brazo y diciéndomelo todo con la mirada, me transmitía su aprobación a algún escrito que yo le hacía llegar, sobre Baixeras, a quien él siguió y apoyó desde sus inicios. Nuestros encuen­tros fueron pocos y fugaces, siempre en La Casa del Siglo XV pero, para mí, significaba mucho que un hombre como él creyera en lo que yo hacía.
En el punto de encuentro que era La Casa del Siglo XV, he conocido grandes artistas y magníficas personas que han expuesto en la sala, y la mayor parte nacieron o viven en Segovia. Todos ellos son artis­tas interesantes que han contribuido a crear y consolidar la fuerte tradición artística de la ciudad. Algu­nos ya hace tiempo que peinan canas, como Amalia Avia, con la cual tuve el placer de compartir la común y obsesiva atracción por las puertas cerradas y marcadas con las mordeduras del tiempo. Mesa Esteban Drake es una artista sobria y rigurosa, clara y directa, poco amiga de adornos y de afeites, lo mismo para pintar que para hablar sobre lo humano y lo inhumano. Jesús González de la Torre, hom­bre con aire de Roma andaluza, flamenco entregado, taurino irredento y místico pintor de ínsulas, es, además, un gran conversador. José María Pérez de Cossío, no desmerece a González de la Torre como compañero de plática y es hombre capaz de pintar a Millán Astray sin enmendar; Cossío es la vida y la pintura entendidas como novela de aventuras. Francisco Lorenzo Tardón es el escenógrafo de un mundo apocalíptico que yo sólo quisiera conocer en sus cuadros y con sus colores. Emiliano Alvarado es el pin­tor de la paz espiritual, el pintor sin excesos, sin provocación, sin ruidos, el pintor de las armonías del silencio. Las artes del fuego y la pintura se dan la mano en un hombre como Carlos Muñoz de Pablos, consu­mado artista del vidrio que, a veces, parece soportar, tras su expresión grave, el solitario vértigo de los piná­culos que custodian sus vidrieras.
Nunca llegaré a saber, en su justa medida, el grado de sintonía existente entre La Casa del Siglo XV y la sociedad segoviana. Creo que, como ocurre con el arte en general y con el contemporáneo en particular, si consideramos al grueso de la sociedad, sólo una minoría ha frecuentado las exposiciones. Si hacemos memoria y recordamos las caras de las inauguraciones, las caras que estaban detrás de las caretas, tras la estatua de Juan Bravo, el día del cierre definitivo de la galería, y las caras propietarias de los ojos que leen estas líneas, son, en gran parte, las mismas. En una ocasión, Francisco Calvo Serraller, al término de una conferencia en el Museo de Arte Contemporáneo Esteban Vicente, expresó la buena impresión que le producía el elevado número de asistentes. Cuando le dije que siempre éramos, más o menos, los mismos, me respondió que no solía haber muchos más en las conferencias del Museo del Prado. Es decir, que parece que el acceso al arte, salvo excepciones que pertenecen al campo de la patología social, está condenado a ser de minorías y, si tenemos en cuenta la desproporción entre la población de Madrid y la de Segovia, incluso podemos estar de enhorabuena, pues esa minoría sería proporcionalmente mucho mayor en nuestra ciudad. Lo importante es que sea una minoría lo menos minoritaria posible y que esté abierta a todo el mundo. Se nota, pues, la labor de años de La Casa del Siglo XV.
Hay veces que la falta de sintonía se hace patente, como cuando la autoridad municipal que represen­ta a la ciudadanía demuestra tal desconocimiento y desinterés por lo que es el arte, que desaprovecha preciosas oportunidades de promoción y proyección exterior de la ciudad, como ocurrió con el famoso artista búlgaro Christo Javacheff, el cual, de la mano de los hermanos Serrano, hizo una propuesta al Con­sistorio -ignoro cuándo y a cual- para envolver o empaquetar el Acueducto. La respuesta del interlocu­tor municipal dejó sin argumentos a Christo y, sobre todo, sin ganas de seguir hablando. La respuesta era, en realidad, una pregunta: ¿Para qué? "
Más paciencia y ánimo debió tener José María García Moro para conseguir hacer sus grandes instala­ciones urbanas. Moro, tras la histriónica apariencia que, a veces, él mismo adopta y cultiva, esconde un artista de grandes proporciones, como su instalación de hortalizas en la galería o sus efímeras, recordadas y multicolores intervenciones. Segovia no podrá olvidar los días en los que se vistió de colores vivos y a su mapa le salió una sonrisa como un arco iris al revés. Las plazas necesitan, de cuando en cuando, que alguien lleve las vacas a beber, que alguien las envuelva en plásticos verdes, rojos y amarillos, y que haga surgir, como hongos, gigantescos falos de porexpán.
De la misma cuerda vital que Moro es Antonio Madrigal, un hombre de singular capacidad creativa, en el que conviven el humorista gráfico consagrado, al escritor de variados registros y al pintor de libérri­ma inventiva. La trayectoria pictórica de Jesús Pérez Ramos tuvo un comienzo sobrio y brillante, pasó por una etapa más abigarrada que actuó como purga de lo accesorio, y se quedó con lo esencial de lo necesa­rio, es decir, con casi nada; buen bagaje para hacer una buena pintura. Un artista polifacético que, sin pro­digarse demasiado, lo mismo ensambla objetos que pinta personalísimas acuarelas, siempre con gran sabi­duría y una sutileza oriental, es José María Yagües.
La labor desarrollada por los hermanos Serrano en la tarea de acercar el arte moderno a la ciudad y abrir los ojos y la sensibilidad de los ciudadanos, tiene muchas caras. Ángel y Jesús, además de traer a Segovia a artistas de primera fila como Picasso, Miró, Chillida, Brossa, Granell, Millares, Saura o Esteban Vicente, entre otros grandes maestros del arte español, confiaron en los artistas jóvenes que apuntaban buenas maneras, ayudándoles a dar el primer paso de la aventura que supone emprender una vida de pintor, haciendo en la galería su primera exposición individual significativa. Lo hicieron con los que ahora son más mayores y con los que están en la madurez, y lo han seguido haciendo con los que, actualmente, son jóvenes toda­vía. La Casa del Siglo XV ha sido, por lo tanto, un vivero de artistas. A muchos de ellos los he conocido o frecuentado al calor de la hospitalidad de los hermanos Serrano, generalmente en los corrillos de las inauguraciones, tantas veces inmortalizados por la cámara de José de Antonio.
Entre las miles de fotografías realizadas por De Antonio a lo largo de tantos años, hay una de la exposi­ción de Rafael R. Baixeras del año 1981 en la que un niño recorre la sala deslizándose entre la gente. Era Luis Moro y estaba haciendo exactamente lo mismo que Baixeras había hecho en su niñez y adolescencia, visitar todas las exposiciones de la galería, sin perderse ninguna. Rafael R. Baixeras, Luis Moro y otros muchos hicieron aquí su primera individual, que es tanto como decir que aquí tuvieron su primer tram­polín y su primer reconocimiento. De Luis Moro admiro su temprana e inequívoca decisión de ser pin­tor y lanzarse a esa aventura en una apuesta sin retorno. Su pintura es orgánica hasta expresar el terciopelo de las mariposas, las secreciones de los insectos y el ámbar de los bosques.
De Rafael R. Baixeras sé muy bien de la mutua admiración y del profundo afecto que compartía con Ángel y Jesús. Con ellos hizo hasta cinco exposiciones individuales y mantuvo mil conversaciones, todas ellas ina­cabadas. Estoy seguro de que si Baixeras viviera ahora, Segovia sería un poco más inquieta, un poco más crí­tica y un poco menos doméstica. Poco antes de su desgraciada pérdida, la parca se había llevado, también injustamente y con la misma crueldad, a un artista equilibrado y sereno como fue José Manuel Contreras.
De la mano de Baixeras vino a Segovia su inseparable amigo Mon Montoya, de quien me fascina el rigor y la sinceridad de su evolución, asentada sobre una entrega total al trabajo de la pintura. Montoya escribe su poético diario interior en la mudable y secreta caligrafía de sus cuadros. El resto de los compañeros que coin­cidieron en la Bienal de Sao Paulo -Fernando Sánchez Calderón, Luis Cruz Hernández y Fernando Berme­jo-, magníficos pintores, también han mostrado sus obras en La Casa del Siglo XV. Domiciano, el hombre que más sabe de técnicas y procedimientos pictóricos, más entregado a la docencia universitaria, expuso, en 1998, un inolvidable montaje de cien cuadros con una fuerte carga conceptual. Más o menos de la misma generación es Ángel Cristóbal, creador de una poderosa figuración, sumamente moderna y decorativa, en el mejor sentido de ambos términos. En Juan Luis Pita, siempre he pensado que hay un dibujante riguroso y exacto, algo relegado por su dedicación a la arquitectura. Fernando Rodrigo me plantea problemas sobre la mímesis, la realidad y la apariencia, el mundo y la pintura; pero, aunque nunca comprendiera la razón de su brutal ilusionismo, me dejo llevar, gustoso, por su bello engaño.
También en las relaciones humanas me rindo sin resistencia ante el encanto de las personas, y siempre encuentro alguna sintonía o afinidad. En mi relación con La Casa del Siglo XV, debo decir que siempre he tenido todas las facilidades para la investigación y que jamás, ni siquiera indirectamente, se me ha hecho la más mínima insinuación sobre la conveniencia de escribir sobre una exposición, cosa que es muy de agra­decer. Lo mismo debo decir de todos los artistas que aquí se mencionan, auténticos profesionales. La buena relación con el artista, tanto por parte del crítico como por parte del galerista, ha de partir de que éstos sean verdaderos amantes del arte. En este sentido, aunque no creo que el pintor pinte nunca para el crítico, a veces, el crítico, ante una obra que le emociona o a la que ha conseguido desvelar su sentido, es muy posi­ble que, consciente o inconscientemente, escriba para el pintor, tal vez para decirle que comparte su secre­to. Si se ama el arte, puede ocurrir algo semejante entre el galerista y el pintor, cuando se cree ciegamente en una obra o en un artista y se le apoya sin condiciones. De eso saben algo los hermanos Serrano y tam­bién lo saben pintores como Juan Carlos Costa, que ostenta el privilegio haber sido el artista más joven en el momento de exponer en La Casa del Siglo XV, cuando sólo contaba diecinueve años. Costa ha hecho modernos los rojos venecianos y los grises holandeses, y los ha acercado prodigiosamente a nuestros ojos.
Cierta afinidad generacional, astrológica, de sensibilidad, de complexión somática o de conciencia social, me une con cuatro mujeres que hacen un arte completamente distinto pero a las que admiro y quiero por igual. Ellas son Eloísa Sanz, Marta Iglesias, Sofía Madrigal y Sel Jiménez. A Eloísa Sanz se deben algu­nas de las exposiciones más bellas de la historia de la galería. Nunca olvidaré un cuadro añil colgado nada más entrar en la sala, a la izquierda. De Marta Iglesias no diré más que mi amistad con ella proviene de la emoción que le produjo una crítica que llegó tardíamente a sus manos y que, por descuido mío, ni siquiera se publicó. El arte de Marta Iglesias posee una humildad que es la clave de su grandeza, y es un arte accesible, amable y delicado, como ella. Las pinturas y esculturas de Sofía Madrigal me producen un sentimiento de respeto porque intuyo que en ellas reposa toda la energía existencial de esta gran observa­dora de la cara gris de la existencia. En febrero del año 1999, Sel Jiménez hizo en la sala de la galería una memorable instalación y desde entonces hemos compartido la rabia y la impotencia ante la desigualdad y la injusticia.
En el mundo del arte es frecuente escuchar alguna queja, generalmente justificada, de los pintores con respecto a los galeristas, sobre cuestiones que no es difícil adivinar. Pero tengo que decir que jamás escu­ché de ningún artista ni de ningún galerista la más mínima queja de los hermanos Serrano, sino todo lo contrario. Si en los ambientes artísticos de Madrid, Barcelona, San Sebastián o Santiago se nombra a Sego­via, la réplica del interlocutor no es ninguno de los tópicos al uso sino La Casa del Siglo XV. Una de las razones que explican este clima de buena relación tiene que ver con su condición de artistas, pues instalaciones tan sugerentes como la de los '20 Años. La Casa del Siglo XV. Segovia', fueron ideadas por ellos. Jesús ha demostrado sobradamente sus dotes de diseñador; su esposa, Aurora de la Puente, es una buena pin­tora y ha expuesto un par de veces en la galería; Ángel, entre otras dotes, es un consumado mago y, hasta su esposa, Carmen Oleo, lleva, en su nombre, la pintura. La otra razón de su buena relación con los artistas, aparte de su honestidad, es su seriedad y la rectitud de su criterio. Ello les ha permitido, además, mantener una línea coherente y sin concesiones, a costa de lo que es más difícil: decir no.
Así, con criterio y generosidad, han traído a Segovia lo mejor del arte español contemporáneo. Pinto­res como Miguel Galano, que refleja en sus obras el límite de lo visible, descubriendo así la riqueza de las tinieblas y el misterio de la noche; como Javier Riera, implacable autocrítico para quien pintar un cuadro siempre ha sido una batalla de resultado incierto, batalla de la que suele salir victorioso, pues acaba de ser galardonado con el premio de pintura más importante de Europa; como Alberto Reguera, otro joven consagrado, quizás el artista segoviano más reconocido internacionalmente, cuya pintura siempre está entre la abstracción y la sugerencia paisajística y atmosférica.
De gran reconocimiento goza también la artista María José Gómez Redondo, mujer que transmite a quien está cerca una sensibilidad que le sitúa en la antesala de su arte poético, poesía de imágenes expre­sada en las fotografías de su propio misterio. Ella debió nacer en algún bosque nebuloso, en la lejanía de uno de esos paisajes clásicos, sencillos, enteros y redondos que pinta Luis Mayo, pintor capaz de ser moder­no evocando las vedute dieciochescas, o creando nuevas arcadias intemporales.
Carlos Sanz es un artista polifacético que pueda usar los pinceles para hacer paisajes transparentes, mane­jar el vídeo o montar una gran instalación de fardos de paja en plena Nava de Tierra de Campos. Cherna Peralta es un minucioso creador de mundos fantásticos pero apacibles, poblados de curiosos objetos. Juan José Sebastián ha recreado la cultura material pastoril con la sobriedad que el tema requiere y ahora busca nubes y horizontes, cobrándose la libertad, la luz y la ilusión que la vida exige.
Cuando Baixeras fijó su estudio en Tizneros, no imaginó que no sería el único artista colonizador de la zona. Entre Tizneros y la sierra, Patricia H. Azcárate pinta su biografía interior en las marcas que los días dejan en la piel, huellas de caminos andados, proyectos de caminos por andar y por pintar. Siguien­do hacia Torrecaballeros vive un pintor de jardines nocturnos en los que quedan las huellas de antiguas luchas entre héroes y se sienten los pulsos de pasiones antiguas. La pintura de Carlos León es hoy un vol­cán de flores y de sangre, pintura sensual, dionisíaca y desbordada.
Casi pasado Torrecaballeros, saliendo hacia Brieva, tiene su estudio Carlos de Paz, artista que ejecuta su personal pintura en un sugerente juego dual a partir de un icono antropomórfico que él mismo se pro­pone y resuelve en una pintura a un tiempo informalista y simbólica. Más adelante, en Basardilla, traba­ja Mariano Carabias, un artista capaz de expresarse en los medios más diversos, sintetizador de animales de cualquier especie e inagotable creador de formas. Su pintura siempre me ha parecido la firme prome­sa de una revolución.
De las 54 exposiciones colectivas celebradas en La Casa del Siglo XV, quisiera, al menos, mencionar algunas: Homenaje a Antonio Machado, Bésame mucho, Niebla y Manuel Vázquez Montalbán, Quince años de La Casa del Siglo XV (Segovia). Artistas de Segovia, Siete serigrafias, Los Novísimos son Diez, Campano, Sici­lia, Broto. Obra gráfica, etc.
No quiero terminar sin recordar dos eventos que demuestran una vez más el apoyo de La Casa del Si­glo XV a la cultura y a los jóvenes. Me refiero a la presentación de la editorial alternativa La uña rota. Libros inútiles, iniciativa de un grupo de jóvenes entre los que estaban Rodrigo González, Carlos Rodríguez y Arcadio Carretero, los cuales se embarcaron en la edición de pequeños libritos con textos e imágenes siem­pre sorprendentes. Uno o dos años después hicieron una edición limitada de una duchampiana caja deco­rada por Mariano Carabias, llamada La Caja Negra. Ellos me concedieron el privilegio de hacer sendas presentaciones en La Casa del Siglo XV.
Termino con unas palabras que escribí cuando la galería estaba a punto de cerrarse: "Perderé el lugar donde disfruté de tantas silenciosas emociones, donde conocí a Javier Riera y a muchos artistas más; a Ricardo Borregón y a tantos otros amigos del arte y ahora míos. A partir de ahora seré un poco menos feliz y viviré un poco más perdido".

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