Coro López Izquierdo
CORO LÓPEZ IZQUIERDO
Exposición en el Torreón de Lozoya
Los edificios de Coro López Izquierdo, no los que hace sino los que pinta, los que desde hace tiempo viene pintando, tienen fachadas de una belleza mimética y exacta, de modo que podrían considerarse como verdaderos alzados en pintura, cosa muy natural puesto que estamos ante la obra de una arquitecta pintora o, más bien ya, de una pintora arquitecta. Bien es verdad que ella potencia los valores pictóricos dando cabida a las huellas de la humedad y del tiempo, al desgaste y a los arañazos del uso, pero, eso sí, siempre con una pátina de entereza y dignidad. Son edificios de buena familia, están en barrios céntricos y suelen tener un escudo o un frontón sobre la puerta o, al menos, alguna moldura que acredite su noble prosapia.
Ahora la artista ha salido al extrarradio y se ha emocionado ante los edificios que encarnan la imagen del abandono y la ruina. Sin duda, la pasión de la pintora ha ido ganando terreno al cabal juicio de la arquitecta y su interés primordial ya no está en las proporciones del edificio ni en la bondad de su estructura ni en la calidad de su fábrica, sino más bien en los signos del paso del tiempo y su continua acción destructora, en las señales de la decrepitud y en las marcas que las personas han ido dejando en sus muros. Son construcciones sin historia escrita que, en la pintura de Coro López Izquierdo, dignifican su imagen y se salvan del olvido.
Estos edificios no tienen el empaque de las grandes mansiones ni el interés de las ruinas antiguas; son restos marginales de la expansión urbana cuyos rótulos estériles recuerdan su activa vida anterior y evidencian la agonía que precede a la destrucción. Son casas deshabitadas y almacenes abandonados cuyos muros pierden lentamente la epidermis del enlucido. Sus ladrillos desnudos miran silenciosos al descampado suburbano mientras sienten el cosquilleo de una semilla que se abre junto a su costado. Las plantas intentan reconquistar su antiguo territorio y colonizan muros, aleros y ventanas. La presencia de la vegetación, lo mismo que los graffiti, favorecen una técnica más suelta y más libre, con discretas texturas y ponderados colages.
Este interés por lo marginal y lo caduco conduce a la artista hacia motivos tradicionalmente considerados como 'a evitar' en un paisaje y que ahora se convierten en protagonistas; es el caso de la torre de alta tensión que, ocupando el primer término del cuadro, se impone al resto del paisaje dejando la silueta de Segovia reducida al papel de mero fondo.
Abundando en esta línea estética que podríamos llamar 'del desgaste de los materiales' esa misma torre es el soporte de un tablero con descoloridos carteles de olvidadas temporadas taurinas. En medio de este contexto, el cuadro que representa un gran saco de cemento se convierte en todo un símbolo del devenir de los afanes humanos.
Volviendo al centro urbano y a la arquitectura, se rinde aquí tributo a una casa antigua, bella y noble por muchas razones, que es La Casa del Siglo XV. Las molduras de sus vanos enmarcan penumbras de misterio, como si el alma cansada que habita en su interior nos mirase sin nosotros darnos cuenta.
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