CRÍTICO DE ARTE JESÚS MAZARIEGOS

viernes, 21 de octubre de 2011

Raúl Bravo. PARAÍSO PERDIDO

Paraíso perdido
Raúl Bravo
02 de diciembre de 2005 
Galería Montón de trigo, montón de paja
Segovia

A veces los pintores se liberan de las ataduras intelectuales y vuelven al saludable ejercicio de pintar al aire libre. Enfrentarse con la naturaleza forma parte de la manera de ser del pintor. Realmente se trata de un enfrentamiento, de una batalla tensa y silenciosa entre el artista y todo lo demás, una batalla casi siempre incierta.

En la incesante búsqueda que Raúl Bravo ejerce como una constante, lejos ahora de las angustias y conceptualismos de otros momentos, nos muestra una de sus facetas más amables y relajadas. Unos días en los hayedos de Asturias y unas horas en el Romeral de San Marcos le han reconciliado con la naturaleza. Pintar los árboles, pintar el bosque; he aquí una de las maneras menos mediatizadas y más sensitivas de acercarse a la realidad.

Pintar al aire libre constituye la esencia del Impresionismo, pues no hay otra forma de captar el efecto cambiante y fugaz que la luz de una hora determinada produce sobre las cosas. El pintor plenairista no racionaliza la naturaleza sino que es un buscador de sensaciones, de estímulos visuales de luz y color que exciten su retina, mirando la realidad del mismo modo que aconsejaba Claude Monet, diciendo que no hay que pensar si lo que se ve es un árbol o una casa, sino que hay que concebirlo todo como un conjunto de pequeñas zonas de color: ‘he aquí un cuadradito de azul, o un rectángulo rosa, o una raya amarilla’, y pintarlos como tales.

A veces hace falta respirar aire puro, volver al campo, volver a las cosas sin artificio, sin historias internas. A veces es necesario recuperar la inocencia perdida y pintar el cielo azul y los árboles verdes; más claras las luces y más oscuras las sombras, que de ahí nacerá la profundidad del bosque y su misterio. Hace ya tiempo, en unos casos más que en otros, que abandonamos el paraíso de la infancia con cierta precipitación. Los paraísos naturales suelen estar lejos y nunca son paraisos perfectos porque son reales. Los únicos paraísos posibles son los perdidos y los artificiales. Los primeros son un recuerdo sublimado y los segundos un sueño. Nos quedan, tal vez, los pequeños paraísos de la pintura, ventanas por las que asomarnos a los últimos reductos naturales, espejos en los que ir acumulando las miradas y los momentos en la gran sima del tiempo.

Del frondoso bosque caducifolio y del jardín semiabandonado, Raúl Bravo ha robado la húmeda y penetrante sensualidad del uno y la languidez decadente y romántica del otro. Estas obras tienen la frescura que sólo se obtiene del apunte al natural, son el fruto de un encuentro apasionado con la naturaleza, son el resultado de una batalla incruenta y triunfante.

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