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Francisco Calvo Serraller, Atilano Soto, Jesús Mazariegos y Ana Martínez de Aguilar |
Intervención de Jesús Mazariegos en la presentación
de su libro Rafael Baixeras, en el auditorio del
Museo de Arte Contemporáneo Esteban Vicente,
el día 7 de Noviembre de 2002
Buenas tardes a todos. Antes de nada quiero dar las gracias al Presidente de la Diputación, Atilano Soto por..., al profesor Francisco Calvo Serraller por... , a la Directora del Museo de Arte Contemporáneo Esteban Vicente, Ana Martínez de Aguilar, por..., y a todos ustedes por estar hoy aquí.
Este es, sin duda, un momento muy especial en mi vida, no sé si porque se presenta un libro mío o si por estar rodeado de tanta gente querida. Lo que voy a leer, empieza con una pequeña historia que he titulado "Brevísima historia de los breves y felices momentos en los que la tortuga fue por delante de Aquiles y Mazariegos derrotó a Saturno (temporalmente)".Y sigue con una historia de diez años que culmina en el día de hoy, aquí y ahora.
Es bien conocida la aporía de Zenón de Elea según la cual, Aquiles corre tras una tortuga y, aparentemente, nunca la podrá alcanzar, puesto que, mientras Aquiles recorre la distancia que le separa de la tortuga, ésta habrá recorrido un pequeño espacio. De nuevo, cuando Aquiles llegue donde estaba la tortuga, ésta ya no estará ahí y se habrá movido, aunque sea poco. Y así sucesivamente.
En el margen de una de sus últimas obras, consistente en un rectángulo que es como una ventana a la nada, Baixeras dibuja la historia de Aquiles y la tortuga, tal vez jugando a cuestionar la posibilidad de ser alcanzado por la muerte, dejándose tentar por la mentira de Zenón, ignorando voluntariamente lo que la cinemática, el cálculo infinitesimal y el sentido común tienen resuelto hace tiempo: que Aquiles alcanza a la tortuga de modo tan inexorable como la muerte alcanza a las personas, por mucho que negociemos con ella.
Un trato semejante mantengo yo cada día con el tiempo y la oxidación neuronal, y medio me creo el espejismo de seguir aquí y de estar hoy como ayer, y huyo inútilmente hacia adelante, perseguido nada menos que por la misma lentitud. El planteamiento matemático de mi problema vital no es exactamente igual que el de la tortuga. ¿Conseguiré llegar a un punto cuya distancia y cuya situación ignoro, si cada día mi caminar, mi escribir, mi respirar y mi acariciar son más lentos, en una progresión difícilmente evaluable pero cruelmente persistente? Es posible que en esta ecuación falten datos y sobren incógnitas. Mucho mejor.
De momento hay que conformarse con las victorias parciales, como la que hoy celebramos. Saturno ha sido vencido como usurpador de momentos y de días, como devorador de cuerpos y torturador de almas. Hemos vencido al tiempo y a la tristeza. Ha sido mucho tiempo pero, ahora que lo digo, no me parece tanto. Si veinte años no es nada y nuestras vidas duran el tiempo que Aquiles o la Parca tarda el alcanzarnos, este libro se ha hecho en un suspiro. Todo es tan relativo... Sobre todo, el tiempo. Cosas de Bergson ("este Bergson es un tuno...", decía Machado). Incluso todo lo dicho hasta ahora también es relativo. Comprobémoslo viendo lo que dura el proceso que ahora concluye y recordando algunas fechas:
Rafael Baixeras muere el 25 de noviembre de 1989.
A primeros de febrero de 1993, Andrea, hija del pintor y alumna mía de Historia del arte, me trae una invitación azul.
El 6 de febrero de 1993 se inaugura en Segovia la triple exposición retrospectiva organizada por sus familiares y amigos con el apoyo de las instituciones. Asisto a la inauguración, escucho los discursos de Xavier Rodríguez Baixeras y el improvisado de Atilano Soto que ha abandonado un acto institucional en Madrid. Descubro su fluido verbo.
Estoy en la Sala de la Biblioteca del Torreón de Lozoya, en el pasillo de la izquierda, apoyado en la pared. Hacía cuatro o cinco años que yo había abandonado mi proyecto de tesis doctoral sobre el taller de Alonso Berruguete y me dedicaba a adquirir conocimientos sobre arte contemporáneo. De pronto veo a Baixeras como un posible tema de tesis, pero no sé si estoy preparado, no conozco su obra. Me entra una especie de emoción a medio camino entre la ilusión y el pánico, pero lo veo cada vez más claro.
A la semana siguiente acudo a ver a Francisco Calvo Serraller y acepta el tema y ser mi director de tesis. Me deja hacer y me dice cosas sencillas pero reveladoras. Por ejemplo: usa el sentido común, a quien no se le entiende lo que escribe es porque no sabe escribir, ¿que cómo me organizo para hacer tantas cosas? No hay ninguna fórmula, sólo sufrir.
Comento mi proyecto a Eloísa Sanz y, a las pocas horas me llama Mon Montoya entusiasmado. Aquella llamada fue fundamental. Gracias Mon. Hablo con Teresa y pone el estudio a mi disposición. Docenas de veces acudiré a Tizneros provisto de fichas y de cámara fotográfica. Voy acumulando datos e imágenes.
En Mayo se inaugura la retrospectiva de Vigo y en Junio la de la Coruña. En Vigo me presentan como el experto en Baixeras pero todavía no sé nada. Por la noche, en el hotel, tengo pesadillas.
Debo hacer de nuevo el Doctorado. El que hice en el 75-76 se ha devaluado. Me matriculo en lo que ahora se llama Tercer Nivel. La chica de la ventanilla me mira como si yo viniera del Paleolítico Inferior. Acudo durante dos cursos a las clases de Doctorado. Unas veces me doy cuenta de que soy mayor y otras me siento pequeño, como el día que llegué tarde a la clase de Julián Gállego, maravilloso profesor que, alertado por el chirriar de la puerta, dejó de explicar y me siguió con la vista hasta que encontré un asiento a escasos centímetros de él, justo delante. Aquello de volver a ser alumno, fue un buen ejercicio de humildad para un profesor.
Antes y después de las clases acudo a la Biblioteca Nacional, y a las hemerotecas Nacional y Municipal, donde no consigo ligar ni siquiera un poquito, ni una sola vez. Tampoco puse demasiado empeño. Empiezo a hacer entrevistas. Sigo acumulando datos.
La gestación de la obra va surgiendo como un puzzle. Desde un cúmulo informe de datos y de imágenes, descubro al personaje, separo los periodos, distingo los temas, detecto las constantes, en un apasionante proceso cargado de dudas y de cambios, hasta dar paso a los descubrimientos, al encaje de las piezas y a las conclusiones.
El curso 95-96 obtengo una licencia por estudios que me compensa moralmente de todas esas cosas que no sabes realmente por qué las haces, y me permite redactar la tesis de un tirón, aunque me ocupa también el verano y parte del curso siguiente. El primer día de redacción, era tal la presión que sentía sobre mí que no fui capaz de escribir más de media página. Luego fui cogiendo fluidez y confianza hasta escribir como si alguien me estuviera dictando. Lo mejor era cuando llegaba a escribir cosas que me sorprendían a mí mismo.
La tesis la defiendo en Marzo de 1997 y poco después presento el texto a la Diputación de Segovia para su posible publicación.
En septiembre de 1999, por iniciativa de Miguel Fernández Cid, Director del CGAC, se inaugura la gran exposición de Baixeras en Santiago de Compostela, y en enero de 2000 la muestra viene a este museo.
En esos días recibo una carta de Pompeyo Martín en la que me comunica la decisión la Comisión de Publicaciones de la Diputación de dar mi trabajo a la imprenta. Mi empeño en que el libro cuente con un elevado número de ilustraciones, obliga a buscar más entidades que colaboren en la edición. Se unen al proyecto Caja Segovia, el CGAC y los ayuntamientos de Segovia y la Puebla del Caramiñal.
Comienza un proceso de reestructuración del texto. Hay que aligerarlo, corregirlo y pulirlo, eliminar parte del aparato crítico, ciertas exigencias académicas y no pocos párrafos. El texto cambia también en función de las más de quinientas imágenes que se van a incluir, debiendo relacionarlas con sus pies y números de llamada. Incorporo los nuevos eventos expositivos, a veces al hilo de lo que iba sucediendo.
El resultado es este libro. Pero mi esfuerzo ha dado fruto gracias a la colaboración de muchas personas más. Aunque es imposible nombrarlas a todas, quiero mencionar los nombres de algunas para agradecer muy sinceramente la colaboración y el aliento que de ellas he recibido.
Gracias al Presidente de la Diputación de Segovia, Atilano Soto, por el sostenido y decisivo impulso que ha dado a esta publicación, volcándose desde el primer momento hasta el final.
Agradezco a mi querido maestro, Francisco Calvo Serraller, todo lo que me ha enseñado, desde que fuera mi profesor en 1973. Veinte años después, Baixeras hizo que nos encontráramos de nuevo, y ahora, esta casa se ha convertido en motivo y lugar de nuevos encuentros. Gracias por el bello gesto de acudir hoy aquí para regalarnos no sólo su sabio y sugerente discurso, sino también para dotar a este libro de la solidez que este espaldarazo supone.
Quiero también dar las gracias a Ana Martínez de Aguilar, Directora del Museo de Arte Contemporáneo Esteban Vicente, por la hospitalidad con la que hoy nos acoge. Ella sabía, sin decírselo, que este era el lugar con el que yo soñaba para esta ocasión.
Hay una persona que no ha podido venir, pero yo sé que en este momento el director del Centro Galego de Arte Contemporánea de Santiago de Compostela, Miguel Fernández Cid, desde Valencia, está pensado en nosotros. En su nombre nos acompaña su brazo derecho, Elena Fabeiro.
Agradezco la presencia de todos los que habéis venido, a las autoridades, al Subdelegado del Gobierno y a mi compañero en la docencia el Delegado de la Junta de Castilla y León, Javier Santamaría.
A la familia de Rafael Baixeras y a la mía, no les agradezco que hayan venido porque eso es exactamente lo que tienen que hacer. Faltaría más. Me hace muy feliz que hoy también estéis conmigo.
A todos ustedes, o a todos vosotros, gracias también por estar aquí. Gracias a todos lo que hubieran deseado venir pero el trabajo o la distancia se lo ha impedido.
Algunos de vosotros, familiares y amigos que os habéis acercado a Segovia, compañeros y compañeras de trabajo del Instituto Giner de los Ríos y algunos más, nos conocemos desde antes del 1993.
A otra buena parte os he ido conociendo a partir de febrero de aquel año, es decir con motivo de mi dedicación al estudio de la obra de Rafael Baixeras. Hoy ya, los de la parte de Baixeras y los de la parte de Mazariegos somos los mismos. Gracias a muchos de vosotros pude yo meterme en el hombre y en el artista, casi como si le hubiera conocido.
Fue también Rafael Baixeras quien me puso en el camino del ejercicio de la crítica de arte, que escribo en El Norte de Castilla y que me ha llevado a conocer a tantos artistas que estáis hoy aquí.
No quiero olvidarme de los que, habiendo sido mis alumnos, conserváis la adicción a la droga del arte contemporáneo, en la que yo os inicié, y perseveráis en ello hasta haberos llegado hoy hasta aquí.
En un momento como éste, en el que el fruto de tantos esfuerzos se hace visible en unas cuantas hojas de papel que, juntas y ordenadas, forman eso que llamamos libro, me doy cuenta de que éste no es el único fruto de mis vigilias, ni tal vez el mejor. La recompensa a tanto esfuerzo hace tiempo que la disfruto y espero seguir gozándola en lo sucesivo, porque estoy hablando de la amistad de todos los que estáis aquí, de vuestra cálida, cercana y sincera amistad.
Quiero mencionar algunos nombres más: A la esposa de Rafael Baixeras, Teresa Fernández de Castro; a sus maestros: Emiliano Alvarado y Alberto Datas; a sus amigos desde la adolescencia: Carlos González Maseda, Fernando Albertos, Fernando Gómez Sancho y José Luis Vázquez; a sus amigos artistas: Alfredo Aguilera, Antonio Madrigal, Domiciano Fernández, Eloísa Sanz, Fernando Bermejo, Fernando Sánchez Calderón, José María García Moro, Luis Cruz Hernández y Mon Montoya; a sus alumnos: Antonio Páez y Paulino Seisdedos;
A los coleccionistas y amigos: Álvaro Gil Robles, Antonio Ruiz, Fermín González Sebastiá, Fernando de Antonio (autor de la foto de la portada) y Victoria Armentia. Los galeristas, siéntanse todos representados en los nombres de Pilar Rodríguez Soto, de la Galería Fauna's, de Madrid y en Ángel y Jesús Serrano, de La Casa del Siglo XV, de Segovia.
Ya en la fase de elaboración del libro, en los primeros pasos me ayudó Christian Hugo Martín. La maquetación la ha hecho muy bien Mariano Carabias. En el las relaciones institucionales me he sentido especialmente bien tratado por Malaquías del Pozo, Emilio Lázaro y Jesús Sánchez; y en el proceso de edición, por Jesús y Pedro Postigo.
En las relaciones con mi propio texto, a lo largo del proceso de adaptación, llegué a perderme en un piélago de criterios cambiantes a causa de mi fragmentada dedicación. Preso de mi subjetividad y mi cansancio, el tiempo avanzaba y la insidiosa lentitud amenazaba con alcanzarme inoculándome el veneno del desánimo. Necesitaba que alguien familiarizado con el arte contemporáneo, con mente clara y buen criterio, que me ayudase a resolver los problemas a un ritmo razonable. Inmaculada González no sólo se adaptaba al perfil sino que estaba dispuesta a ayudarme sin tasa de esfuerzo ni de tiempo. Si su ayuda es impagable, aun aprecio mucho más su amistad.
Y cada día y cada hora, antes y después, una mujer ha dispuesto, sin yo apreciarlo apenas, las cosas necesarias para que mi camino sea más llano y más recto. Ha soportado mis evasiones y mis olvidos y ha sufrido mil soledades, siendo capaz, además, de ayudarme y darme ánimos, haciendo posible que hoy yo pueda estar aquí con los frutos de su ayuda. Ella es mi esposa, mi mujer, mi compañera, Mari Carmen León, centro de ese universo en el que encaja mi vida, actividad intelectual incluida. Gracias Mari Carmen.
A ella y a mis hijas María Elena y Marina, les he robado un tiempo de convivir y compartir que nunca les podré devolver. No sé si este momento o si este libro podrán compensarlo en alguna medida. Otras muchas personas han estado pendientes de este trabajo durante demasiado tiempo y me han animado de mil maneras; sus nombres no los he pronunciado, pero su palabra, su gesto y su mirada también los guardo en mi corazón. Nada más. Muchas gracias.


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