CRÍTICO DE ARTE JESÚS MAZARIEGOS

sábado, 22 de octubre de 2011

José María González Navares. VULCANO REDIVIVO

José María González Navares o Vulcano redivivo
 Centro de Interpretación de San Martín
Paredes de Nava (Palencia)
Agosto, 2010

La fabricación de útiles y el dominio del fuego fueron dos de las cosas fundamentales que empezaron a diferenciar a ciertos homínidos del resto de las ramas de simios evolucionados. El fuego facilitó y transformó la alimentación y aumentó el confort y la seguridad de los clanes de la época de los grandes cazadores. Pero el sistema de vida nómada no permitía la construcción ni el mantenimiento de infraestructuras que permitieran un aprovechamiento del fuego que fuera más allá de poder combatir el frío, ahuyentar a las fieras y transformar los alimentos. Habrá que esperar al descubrimiento de la agricultura y al dominio de los animales para que el sedentarismo cree las condiciones necesarias para un aprovechamiento más eficaz del fuego en otras aplicaciones que constituyen las primeras grandes transformaciones de la tecnología.
            La construcción de hornos donde cocer el barro dará lugar a la cerámica y, más tarde, a la metalurgia del cobre y del bronce, cuyas consecuencias prácticas no serán excesivamente notables pues las armas de bronce suponían solamente un avance relativo respecto a las armas líticas del Neolítico avanzado. Los primeros metales se emplearán más bien en hacer adornos como collares, brazaletes, etc.
            Habrá que esperar algo más para descubrir y desarrollar la tecnología y los procesos que llevarán a la obtención de un metal de una mayor dureza y resistencia: el hierro. Las armas construidas con este metal crearán súbitos imperios debidos a la sabiduría de aquellos que conocían los secretos del dominio del fuego y los raros procesos de la obtención del hierro. Por esa razón los herreros serán personas especialmente respetadas, como aun hoy podemos ver en el pueblo Dogón y otras sociedades primitivas.
            Aunque las cualidades del hierro le han llevado más al terreno de lo práctico y sus incursiones en lo artístico, durante tiempo, se han limitado a la rejería, en el siglo XX, al amparo de las vanguardias, se ha ido haciendo un lugar junto a los materiales tradicionales de la escultura, el barro, la piedra, el mármol y el bronce.
            En España, la tradición del hierro como material dedicado a la escultura mediante el proceso de la forja, se debe principalmente a lo escultores Julio González y Martín Chirino. Si el primero, junto con Pablo Gargallo, trabajó según una muy personal concepción del cubismo, perfectamente compatible con su vena expresionista, la obra del que perteneciera al Grupo El Paso es eminentemente abstracta.
            El hecho de que Martín Chirino, nacido en las Islas Canarias, se inspire en los vientos y en las olas, da lugar a un punto de coincidencia, a un hilo de comunicación, a pesar de todas las diferencias del mundo, entre el Archipiélago y la Meseta. Tal punto de coincidencia no es otro que el viento, el mismo viento que levanta las olas en el mar y el que mece la mies en el campo, que en el caso de Paredes de Nava, patria de José María, es proverbial y tiene nombre propio: el cierzo. Es en este punto de coincidencia en torno al viento en todas sus variedades, donde José María no se decanta por la brisa ni por el huracán, prefiriendo las corrientes de las calles en las cercanías de las iglesias, donde el aire se arremolina y el polvo y los papeles describen espirales de imprevisible trayectoria. Son esas espirales que chocan contra los muros y las torres y que José María abate, descuadra, dobla y descoyunta. Pero estas espirales y el resto de la obra no son meros dibujos, tienen corporeidad y ocupan el espacio, y su materia es el hierro, al que se da forma mediante golpes de martillo, sobre el yunque, previamente ablandado por el calor de la combustión del carbón en la fragua.
            Así pues, el trabajo de José María es el trabajo del herrero, oficio en vías de extinción que, por falta de misiones utilitarias, pues ya no se arreglan las máquinas agrícolas ni se aguzan los picos ni los clavos se hacen a mano, ha devenido en oficio artístico, no porque antes no lo fuera sino porque ahora la forja se reserva para lo ornamental y para lo que sólo ha de ser contemplado, quedando fuera, la mayor parte de las veces, el carácter remediador de la tecnología básica que ostentaba hace unos años.
            Con esa visión de artista, José María especula sobre las fuerzas, las tensiones y las torsiones, creando dos tipologías de formas esenciales con distintas versiones y desarrollos cada una. Hay un grupo de formas aéreas, lábiles, ligeras, onduladas, sinuosas y femeninas que a veces sugieren mínimamente formas zoomorfas o antropomorfas. El otro grupo está formado por piezas de formas más sobrias y estables, broncas y masculinas. Se diría que en el primer grupo el hierro es menos hierro, grácil y ligero, mientras que en el segundo el hierro es tal cual, con las marcas de los golpes de martillo, no más de las necesarias. Si en el primer grupo la materia tiende a negar la gravedad, en beneficio del viento y a negar su propia materialidad, en el segundo, el hierro es más fiel a su origen y se mira a sí mismo en la pletina o en la barra, se dobla, se mella, se tuerce, se torsiona todo y se llena de marcas y señales de su esfuerzo que no es otro que el esfuerzo y el arte del herrero.
            Aunque estas obras tienen la medida del yunque y del martillo, una medida humana, se diría que algunas tienen vocación monumental. Sería bueno ver alguna de ellas en gran formato.

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