Mudanza
CARLOS DE PAZ TRAStoTOCADO
Carlos de Paz
19 de febrero de 2006
Galería Claustro
Segovia
Lo que yo le pido al arte
es que me descoloque,
que me vuelva loco.
F. C. S.
Querida amiga.- Quisiera responder a tu última pregunta, no con una respuesta evidente pero sí con una aproximación clarificadora a la cuestión que me planteas. Ya una vez me preguntaste qué es el arte y creo que mi respuesta fue suficientemente clara en cuanto a que no es posible responder a tal pregunta. Ahora me preguntas qué es para mí un artista y mucho me temo que ninguna de las acepciones del diccionario nos han de servir en esta ocasión.
Yo diría que el artista, como el poeta, sabe que tiene dentro algo interesante y decide enseñárselo a los demás. El artista es una persona que se maravilla, que se emociona ante la belleza, ante la materia, ante los cuerpos, incluso ante los conceptos. El artista vierte su sensibilidad en las obras que hace pero también hay cosas que provocan su emoción aunque no hayan salido de su mano. Entonces él las rescata de la vulgaridad y las convierte en arte. Da igual que estas cosas pertenezcan al mundo natural, que hayan sido elaboradas por el hombre o que las haya fabricado una máquina. Así pues, conocemos al artista por sus obras y por aquellos objetos que posee y de los que se rodea. Esas cosas son como la imagen de sus filias y sus fobias.
No cabe duda de que este mostrar las interioridades tiene un punto de impudicia, y es que todo artista, como todo escritor, tiene algo de impúdico. Es más, la impudicia forma parte esencial de su naturaleza, desde el momento en que su trabajo consiste, al fin y al cabo, en mostrar su mundo interior, sus pequeños gozos y sus grandes miserias, generalmente en esta proporción. Mira, por ejemplo, Carlos de Paz, que ha llevado a la galería Claustro, aparte de sus cuadros, diversos objetos y muebles de su casa. En ellos residen sus recuerdos más persistentes y sus emociones más intensas, ellos representan sus más íntimas obsesiones y sus más domésticas manías. Desde luego, no será una exposición convencional. Los cuadros colgarán de las paredes pero el visitante se tropezará con la inmediata presencia de su mesa y de sus sillas, con su coche de juguete, con su liebre de bronce y otros objetos que, al sacarlos del ámbito doméstico dan lugar a un conflicto entre lo íntimo y lo público, entre lo familiar y lo social. En efecto, hay aquí una total falta de pudor.
El espacio de Claustro era, hace años, un espacio doméstico conventual. Así entendido, la descontextualización de los objetos resulta más radical. No deja de ser perturbador sentir nuestra condición de intrusos en este claustro entre cuyas piedras resuenan las salmodias de las monjas. No deja de ser desconcertante para la memoria de este lugar que donde los ojos de los arcos vieron un día santos revestidos, vean ahora mujeres semidesnudas, que la mesa de las ofrendas haya cedido su lugar a otra mesa sobre la que se libra una extraña partida, una silenciosa batalla entre hombrecillos que es como el juego de la vida, como el resumen de la Historia. Yo diría que el hombre capaz de desnudarse de este modo, de trastocar nuestro concepto del arte mostrando su propio dislocamiento personal, no sólo es un artista sino que, tanto él como su obra, son un fiel espejo del trastornado mundo que habitamos.
Antes de referirme a la obra puramente pictórica, debo advertirte que aunque mis apreciaciones se basen en los datos objetivos que la obra me ofrece, son siempre subjetivas y pueden, muy bien, dejar traslucir mis propias obsesiones. Como ves, entre impúdicos anda el juego.
Desde los cuadros de fondo pétreo, en los que la falta de la noción de escala identifica líquenes y constelaciones, y pasando por las obras con presencia de personajes de todo género y condición, apresados por la pintura, en sus últimas obras veo, como puede verlo cualquiera, la constante presencia de la mujer o, más concretamente, de la imagen del cuerpo de la mujer. No cabe duda de que el cuerpo femenino constituye un tema recurrente y obsesivo en la vida y en el arte. Si en El Jardín de las Delicias del Bosco toda la locura del mundo gira alrededor de las mujeres que se bañan en una charca, en los cuadros de Carlos de Paz todo se organiza alrededor de la imagen femenina convertida en fetiche. Por otra parte, los antiguos fondos minerales y las tupidas tramas que protegían las miradas de oscuros voyeurs, se disuelven dando paso al color de poderosas pinceladas que afirman su individualidad como emblemas masculinos, construyendo la estructura compositiva del cuadro en un orden tal que parece la consecuencia de la fuerza gravitatoria ejercida por esos cuerpos de mujer convertidos en centro del universo. En torno a ellos gira toda la pintura en forma de potentes líneas de fuerza que parecen cortejar o acosar a estos iconos paganos y que son la imagen simbólica de ancestrales papeles perdidos por el hombre contemporáneo, fascinado y desorientado en medio de un laberinto en el que no es capaz de reconocerse a sí mismo.
Creo que, al final, no he respondido a tu pregunta, pero quizás te haya ayudado a conocer, no sé si a comprender, a este artista concreto que es Carlos de Paz. Con tu permiso, creo que utilizaré esta carta como texto para el catálogo.
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