Vixilato, el
tiempo y la marinería
“El Barco de
Baixeras”. Performance y pintura
colectiva en la Plaza de San Martín. Segovia. Martes, 9 de mayo.
Jesús
Mazariegos
A veces no sólo interesa la obra sino la
acción, el propio acto de pintar. A veces la pintura está en la calle. Las
mejores lecciones del arte y de la vida casi nunca se aprenden entre las cuatro
paredes de un aula.
El pasado martes el tiempo era variable.
Eran variables el tiempo atmosférico y el tiempo cronológico, transgresor de
horarios lectivos, elástico y bergsoniano; tiempos libres, mudables y fructíferos.
En la mañana del martes los cambios de clase no se marcaban con un timbre sino
que los relojes dosificaban minutos desiguales, fáciles de distinguir, según
fueran luminosos, nublados o decididamente lluviosos. Detrás de cada aguacero
los charcos reflejaban nubes viajeras y barcos de papel. Había nubes luminosas,
nubes opacas y otras con perfil de monstruo antiguo, pero todo el mundo veía
nubes convencionales e inocentes, con bordes festoneados como los baberos de
los niños. De cuando en cuando, sobre el nítido azul, se pintaba un cielo de
aires galaicos, un cielo gris provisional, sin mar en que reflejarse, un cielo
agricultor convertido en marinero.
La Plaza de los desniveles se convirtió
en un pequeño mar granítico y abancalado, surcado por barcos meseteños pero con
vocación planetaria. Los niños no saben que su barco es el sucesor del Vixilato, el barco en el que Rafael
Baixeras guardaba los recuerdos de la infancia. Pero los niños saben que su
barco es el homenaje limpio a un artista que todavía sigue enseñando. Los
barcos de Baixeras y estos barcos de hoy son la imagen de la libertad, son el
autorretrato de la parte más libre y creadora de nuestro ser, son la cara más
fresca y esperanzadora de nuestra ciudad. La ciudad del viejo navío varado
entre el Eresma y el Clamores se ha ablandado con la lluvia y se ha alegrado
con el color.
El pasado martes Juan Bravo se convirtió
en vigía y los alumnos en marinería. El héroe escuchaba el guirigay organizado
a sus espaldas y estiraba el cuello para ver la escuadra multicolor reflejada
en las ventanas de La Casa del Siglo XV. Era una flota de barcos alegres,
desarmados y benéficos, barcos que florecían como nenúfares en el jardín de
Monet y que cambiaban de forma con la lluvia. Sus patrones soportaron la
borrasca con alegría imperturbable y gobernaron sus naves hasta lograr atracar
en el muelle más cercano al Museo de Arte Contemporáneo.
En la mañana del martes se impartió la mejor
lección de pintura, el mejor curso de didáctica, la mejor educación en valores,
la más eficaz adaptación curricular significativa. Esta es la superación
práctica de la programación y de la teoría pedagógica. Si admirable ha sido la
iniciativa y la puesta en práctica de la Escuela de Artes, no lo es menos el
gesto de los profesores del Colegio Colmenares, lanzando a la calle-estudio-mar
a sus alumnos impúberes, convertidos de pronto en pintores decididos y en
marineros audaces. Ellos, unos y otros, nunca olvidarán esta lección ni este
día.
Ahora que estamos en época de vacunas,
los pequeños y jóvenes artistas han sido inoculados con la vacuna de
acrílico-triple-efecto, a saber: anti-tinieblas, anti-provincianismo y
anti-piñón-fijo. Pero queda mucho por hacer. Algún desconocedor de los
saludables efectos de la vacuna y, por lo tanto, de su propio desconocimiento,
algún ignorante de su propia incultura habrá pensado que esto no tiene sentido,
que esto es sólo un numerito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario