Lo diré pronto. Confieso que
lo que más inquieto me tenía y lo que me sigue pareciendo más destacable del
Primer Certamen de Pintura Rápida 'Antonio Román', ha sido la exquisita
subjetividad (digo bien; aquí no hay objetividad que valga) del jurado, ya que
hasta la propia objetividad deja de ser exquisita cuando no lo parece.
El hecho de que los premiados
procedieran a Madrid, Galicia, Asturias, País Vasco, Cataluña y Ávila, teniendo
en nuestra ciudad no pocos y sí buenos pintores, implica que el jurado
encargado de fallar el premio ha usado de su personal y subjetiva visión de
forma limpia y clara, no dejándose llevar por viento local alguno. Esto no
significa, de ningún modo, que dicho jurado esté formado por hombres
desarraigados, carentes de corazón y de alma, desprovistos de segovianismo,
apátridas y pervertidos que se inclinan y se deslumbran ante lo foráneo, esta
vez procedente de la capital del Estado y de la periferia peninsular. Del mismo
modo, quien celebra tal circunstancia, no se alegra por la falta de premios
para los pintores locales, más bien se felicita porque sabe el certamen es
creíble desde el primer año, desde el primer día. ¿Y si hubieran creído que
merecía ganar una obra de un pintor local? Deberían premiarla sin dudar un
instante y después afrontar con dignidad los comentarios malintencionados. Pero
es mejor como ha ocurrido. Es la mejor manera de empezar. Respecto a que se quede
aquí algún premio, todo se andará.
Como pudo verse -no es ni
bueno ni malo- hay verdaderos profesionales de los concursos de pintura rápida.
Incluso hay un cierto estilo o manera de pintar que se impone en este tipo de
concursos. No es menos cierto que la mayor parte de los cuadros premiados
cambiaron de manos a cambio de un premio que venía a ser como un precio módico.
Estos pintores son, sin lugar
a dudas, unos esforzados del arte y de la carretera, unos embajadores de la
amistad, unos esclavos sometidos a esa dama dominante que les proporciona más
placer cuanto más dolor les produce. Esa dama que les tiene bien enganchados se
llama 'pintura'.
Ellos son como sus cuadros,
pintores del montón, dignísimos pintores. Los había con aire monetiano, gordos
y barbudos, con el incierto uniforme o sin él, casi siempre sin papeles, con
los ojos llenos de colores, de luces y sombras, de sudor y alguna lágrima, de
belleza y melancolía.
Su vida y su alma se reflejan
en sus obras, sorprendentes y efectistas como el cuadro ganador, con su
perspectiva de la sombría Judería Vieja, plácidos y nostálgicos como el de la
Puerta de La Fuencisla, abiertos como la amplia visión del Acueducto, luminosos
como la vista de Segovia desde la Piedad, delicados o llenos de contrastes, siempre
con algo de misterio, siempre con algo por descubrir.
Para la próxima vez, sabiendo
ya que la cosa es importante, no fallando la megafonía, podría cuidarse más la
presentación de los cuadros al público y decir al funambulista aficionado -ya
que no se cayó de morros en el escenario- que eso no se hace cuando se está
homenajeando a un pintor que da nombre al certamen y, si así no fuera, tampoco;
y que podía haber caído encima de Pilar, de María, de Patricia o de Vanesa, que
además de ser damas, guapas y simpáticas, saludaban a un buen amigo suyo, algo
mayor, eso sí.
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