CRÍTICO DE ARTE JESÚS MAZARIEGOS

martes, 25 de octubre de 2011

María Sáez.. EL PLACER DE LA CONTEMPLACIÓN


El placer de la contemplación


María Sáez. Pintura. Sala de exposiciones Ayala Berganza. Hasta el 27 de mayo.


Jesús Mazariegos

El arte siempre es portador de determinados mensajes, sean éstos explícitos o relativamente soterrados. A lo largo de la Historia, el artista ha sido un lacayo de la clase dominante, dedicado a crear ídolos, glorificar monarcas y relatar gestas bárbaras. Desde el Neoclasicismo, la burguesía que acababa de derribar al Antiguo Régimen, mostró un nuevo camino que permitió a los creadores románticos incorporarse, desde abajo, a posteriores procesos revolucionarios.
Pero entre lo uno y lo otro, entre el barroco contrarreformista y áulico, por un lado, y el neoclasicismo ético y ejemplificador de las virtudes ciudadanas, por otro, hay un estilo que, si bien pertenece a la época del dominio de la aristocracia, es la más clara imagen de su próximo final, aunque por ninguna parte asome la sombra de la guillotina. No hay arte más evolucionado y refinado que el de las épocas decadentes, pero es el Rococó el que mejor encarna el feliz descuido de una clase ociosa que tenía contados sus días.
Es un arte para gozar; quizás sea uno los pocos casos en los que se puede hablar de ‘arte por el arte’. Pero lo más interesante, sin duda, es el hecho de que las fiestas galantes, que discurren lánguidamente en medio de frondosos jardines, estén envueltas en un clima de melancolía que hoy se explica por la temprana pero firme y real presencia del romanticismo en ese mundo ficticio y casi feliz. Así pues, la grandiosa naturaleza del ‘Embarque para Citerea’ de Watteau anuncia los vertiginosos paisajes de Friedrich, mientras que los inmensos árboles de Fragonard preceden a los bosques de Constable.
Éste es el sino decadente de nuestro tiempo y ésta es la síntesis que María Sáez muestra en la exposición de la Sala Ayala Berganza. Las visiones de la naturaleza, con una concepción situada entre el claro de bosque y el jardín inglés, oscila entre la plácida proximidad del escenario del ocio placentero propias de la visión rococó, y la inabarcable grandiosidad arbórea, empequeñecedora del hombre y característica de la desmesura romántica.
En la pared derecha de la sala, se muestra, en el cuadro de formato vertical, la clara enseñanza de Constable en el magnífico cielo estratificado que ocupa las tres cuartas partes de la altura del cuadro. Más efectistas son los otros dos, con un encendido crepúsculo y con presagio de tormenta, respectivamente.
La fresquísima marina, construida con bandas horizontales como estratos que van del amarillo al verde y del azul al blanco, muestra las grandes posibilidades creativas de María Sáez.
Las minúsculas acuarelas situadas fuera de la sala, tres marinas y tres terrestres, son de una exquisitez y una frescura incomparables, ligeras y sugerentes, líquidas y vibrantes, más fundadas en el oscilante juego de atracción-repulsión de los líquidos que en detalle alguno.
En estos paisajes no posa ni deambula personaje alguno. Cabría preguntarse, en el caso de que existieran tales personajes, de qué época serían, pues tampoco existe objeto alguno que delate una época concreta. ¿Serían personas con chándal y raqueta de tenis? ¿Serían pálidas damiselas cortejadas por escuálidos y greñudos lechuguinos? ¿O serían orondas damas con polisón, sorprendiendo con su sabiduría literaria a los empelucados acompañantes que no dejan de estornudar , con su caja de rapé en una mano y un ridículo pañuelo en la otra?
María Sáez nos regala los mejores espacios para del ocio. Son espacios ficticios para hacer más habitable la realidad. En algunos lugares de Segovia se pueden simultanear muy diversos placeres, junto a otras obras de María Sáez, la conversación, los platos exóticos, la amistad y los besos.           

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