Crítica de arte
La
tradición de lo nuevo
Begoña Vega. Cerámica y
esgrafiado. Sala de exposiciones de la Hostería Ayala Berganza. Hasta el 7 de
enero.
Las
salas de exposiciones son ámbitos de cultura y el nacimiento de un nuevo
espacio expositivo ha de ser saludado siempre con satisfacción y buenos deseos.
Cierto es que hay una distancia entre la galería de arte profesional y los
espacios anejos a teatros, entidades financieras u hoteles. En cualquier caso
cada uno ha de tener su programa y sólo cabe pedir y esperar una cosa:
criterio, criterio, criterio.
No es mal criterio el seguido por la Hostería Ayala
Berganza para inaugurar su nueva sala de exposiciones con una muestra de la
artista Begoña Vega que incluye piezas de cerámica, esgrafiado y grabado.
La cerámica es un arte que requiere el dominio del fuego y
del oficio pero es, fundamentalmente, una cuestión de diseño; ahí es donde todo
ceramista innovador se la juega y ahí es donde Begoña Vega demuestra que tiene
capacidad para crear formas simples y depuradas.
Cabría distinguir entre las piezas más propias del ámbito
alfarero tradicional, es decir, los cacharros, y las que devienen en esculturas
de barro o terracotas. En las primeras, Begoña Vega, sobre los fondos tormentosos
de platos y fuentes, incluye signos que van desde un árbol hasta grafismos
orientales y otros de aspecto más críptico. El jarrón ofrece más campo y más
riesgo al diseño de su propio perfil y Begoña demuestra su capacidad creadora
en piezas con títulos zoológicos como el depurado Jarrón Mariposa o el más bronco Jirafa.
En ese campo que nunca se sabe si pertenece al ceramista o
al escultor, y que siempre plantea el problema de quién es el artesano y quién
el artista, Begoña Vega no se limita a insistir sobre una forma. Así, se
aprecia la vocación monumental de Ontubi
o la sugerente originalidad de Nao,
donde existe una tensión de viento y de vela en trágica contradicción con la
pesada rigidez de los materiales, como afirmando la independencia del medio
expresivo. En Nubia asoma la mente
femenina de la autora, no en delicadas sutilezas como alguien pudiera pensar,
sino en esas formas contundentemente ventrales, de embarazo convertido en
trasunto áspero de la mujer resumida en una línea curva.
La magnífica cabeza sin rostro, a pesar de su vocación de
equilibrio, está dotada de un dinamismo barroco, helicoidal, basado en su
carácter asimétrico que solicita al espectador diversos puntos de vista y le
obliga a moverse en torno a ella, descubriendo en su nuca la línea generadora
de su propio dinamismo.
La sala de exposiciones propiamente dicha está reservada a
una original especulación sobre formas provenientes de los tradicionales
diseños del esgrafiado. A partir de ocho modelos o matrices, Begoña Vega ha realizado
una serie limitada de grabados presentándolos acompañados del mismo diseño, en
vidrio y en relieve de gres. Los trazados originales van desde la lacería
morisca hasta los curvilíneos del gótico tardío, pasando por alguno caprichoso
y tradicional. Poco importa que las piezas en no sean, en rigor, esgrafiado
propiamente dicho, dado lo realzadísimo del relieve y la técnica empleada, pues
se trata de una recreación formal hecha a partir de los diseños tradicionales
que cada día vemos en nuestras calles, llevadas a diversos materiales que les
confieren un nuevo carácter y sentido. La exquisita presentación del conjunto
añade sentido a este homenaje a un arte tradicional que, a la vez, lo resalta y
le abre nuevas vías de proyección hacia otros campos.
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