El color, el tiempo y los objetos
Javier Olayo. Técnicas
diversas. Galería del Hotel Ayala Berganza. Hasta el 18 de agosto.
Jesús
Mazariegos
Si la pintura es la forma de
expresión artística que, tradicionalmente, ha tenido una función representativa,
a la escultura nadie le puede privar de esa genuina naturaleza suya de cosa, de
objeto físico y tridimensional, incluso en los casos en los que también
representa algo.
De modo que, si la escultura
siempre es cosa, bien pudiera considerarse a los objetos como esculturas de sí
mismos. Nada impide poder considerar a una silla, a un zapato o a un azucarero
como representaciones tridimensionales exactas de otras presuntas piezas
originales.
Desde aquel cataclismo de la
historia del arte que fue el momento en el que Marcel Duchamp presentó su
famoso urinario, gozamos de la inmensa fortuna de no poder distinguir, a
ciencia cierta, entre los vulgares objetos, cotidianos o no, y las obras de
arte.
Además, hay cosas tan
insignificantes y despreciadas, tan chatarra y tan basura, que hasta llamarlas
objetos parece una dignidad algo excesiva. Son los folletos que se tiran, los
envases y envoltorios desechables, las pequeñas tablillas irregulares destinadas
a la estufa del carpintero, los recortes del taller del cerrajero que van al
cubo de la chatarra.
Javier Olayo es un artista
interdisciplinar que cuando pinta demuestra su admiración por Miquel Barceló y
cuando hace escultura continúa la tradición de ligereza cubista iniciada por
Picasso y continuada, entre otros, por el primer Chirino. A veces, en estas últimas,
distingue entre los hierros preparados o encontrados y la pieza singular -una
punta de lanza- revestida con la aureola de lo antiguo, mostrando la dignidad
del óxido, liberada del afrentoso contacto con la pintura negra.
La exposición de Olayo en el
Hotel Ayala Berganza, presenta, además de las obras clasificables como pinturas
y esculturas convencionales, otros cuatro tipos: una instalación fotográfica
con objeto, cajas con materiales diversos, paneles matéricos a lo Lucio Muñoz,
y un objeto singular.
La instalación consiste en un
panel en el que cada una de las tres filas de fotos muestra una mano agarrando
una piedra de tres modos diferentes. Una de las fotos es sustituida por la
imagen de la piedra, un gran canto rodado, que muestra unas marcas pintadas
como signo de humanización. Junto al panel, una especie de atril sostiene la
piedra real. Sea cual fuere el significado que su autor haya querido darle,
posee una gran fuerza plástica y mueve al espectador a reflexionar sobre la elemental
y, a la vez, compleja relación entre el hombre y los objetos, o sobre el carácter
efímero de la existencia frente a la permanencia de lo inorgánico.
Los paneles y las cajas,
especialmente estas últimas, me parecen lo más característico de la exposición,
por la sabia combinación de materiales, entre los que no suele faltar el
hierro, y por la intención conceptual de algunas de ellas, por ejemplo la que
alberga un cuadro provisto de marco.
Pero hay una obra en la que
Javier Olayo muestra la emoción desnuda que siente por los objetos, en este
caso por un recorte de chapa, no necesitando soldarlo a otros hierros para
sugerir forma alguna ni dotarlo de pedestal, pues le basta con meterlo en un
vaso de cristal. Es significativo que haya preferido esta imagen para ilustrar
la tarjeta de esta exposición titulada re-encuentros. Para quien se ha criado
en una fragua, éste es un reencuentro lleno de sentido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario