Crítica de arte
Jugolín
Diego Etcheverry. Dibujos sacados por
impresora. Bar Santana. Segovia. Hasta el 31 de agosto.
Jesús Mazariegos
“Jugolín te caga la
vida”. Éste es el título del último de los trece dibujos que constituyen la
exposición de Diego Etcheverry (Salto, Uruguay, 1973) en el Bar Santana, donde
los guerreros intergalácticos y los humanoides deben encontrarse como en su
propio ambiente, casi como en casa. Ignoro si “Jugolín” es un bebedizo
euforizante o un ciberjuego o, tal vez, de un ‘kit’ compuesto por ambas cosas, pero
de lo que estoy más seguro es de que expresa con absoluta claridad cuál es la
única oferta de futuro verdaderamente creíble.
Poco a poco, se va
generalizando la estética de un mundo dominado sólo por la fuerza, un mundo de
seres que apoyan su poder en sus armas y cuya bizarra belleza los asemeja a lo
que tradicionalmente se tuvo por la personificación del mal. Lo peor de todo
esto es que cada vez es más normal porque el mundo real cada día se parece más
a un imperio regido por el príncipe de las tinieblas.
A lo largo de los
últimos años, en los sótanos de los estudios de publicidad y de diseño, ha ido
creciendo y multiplicándose una raza descendiente del ‘underground’, que unas
veces describe el mundo rudimentario y violento posterior un holocausto nuclear
planetario, y otras ofrece la alternativa de sociedades más avanzadas en las
que el dominio tecnológico es quien legitima la fuerza, justifica el poder y
avala la verdad.
Esta segunda opción es
la que Diego Etcheverry desarrolla en nueve de sus dibujos. Diego es uno de los
últimos artistas afincados en Segovia, un artista de amplísimo espectro, que
donde mejor se mueve es en el diseño, donde domina una línea nítida y segura y,
al mismo tiempo, vibrante.
Lo que hace unos años
pertenecía en exclusiva al mundo de la fantasía, gracias a Bush y a sus acólitos,
o sea, monaguillos, se va pareciendo cada vez más a la realidad. No me refiero
a que ahora los soldados luzcan en sus cabezas cascos de diseño galáctico o que
se hayan metamorfoseado en pájaro o en mosca, sino que el poder personal basado
en la fuerza de la tecnología y en la idiotización y consiguiente
neutralización de la sociedad, mediante el dominio de los medios de comunicación,
es algo que se está dando en el mundo occidental como antesala al advenimiento
de alguna nueva modalidad de fascismo, aún difícil de caracterizar pero
fascismo al fin.
No debe entenderse que
Etcheverry es un propagador de tal doctrina sino que, a veces, el arte, prevé
la realidad antes de que ésta se manifieste. Como la crítica de arte es un
género que no tiene por qué decir verdades objetivas, confiemos en que todo sea
un reflejo del tedio de agosto y que el crítico se equivoque, salvo al decir
que Diego Etcheverry es ya un gran artista y promete mucho más, y en que sus
heroínas galácticas, podrían, tal vez, ejercer su poder, pero sólo en la
intimidad.
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