CRÍTICO DE ARTE JESÚS MAZARIEGOS

miércoles, 26 de octubre de 2011

Diego Etcheverry. JUGOLÍN


Crítica de arte

Jugolín

Diego Etcheverry. Dibujos sacados por impresora. Bar Santana. Segovia. Hasta el 31 de agosto.


Jesús Mazariegos

          “Jugolín te caga la vida”. Éste es el título del último de los trece dibujos que constituyen la exposición de Diego Etcheverry (Salto, Uruguay, 1973) en el Bar Santana, donde los guerreros intergalácticos y los humanoides deben encontrarse como en su propio ambiente, casi como en casa. Ignoro si “Jugolín” es un bebedizo euforizante o un ciberjuego o, tal vez, de un ‘kit’ compuesto por ambas cosas, pero de lo que estoy más seguro es de que expresa con absoluta claridad cuál es la única oferta de futuro verdaderamente creíble.
          Poco a poco, se va generalizando la estética de un mundo dominado sólo por la fuerza, un mundo de seres que apoyan su poder en sus armas y cuya bizarra belleza los asemeja a lo que tradicionalmente se tuvo por la personificación del mal. Lo peor de todo esto es que cada vez es más normal porque el mundo real cada día se parece más a un imperio regido por el príncipe de las tinieblas.
          A lo largo de los últimos años, en los sótanos de los estudios de publicidad y de diseño, ha ido creciendo y multiplicándose una raza descendiente del ‘underground’, que unas veces describe el mundo rudimentario y violento posterior un holocausto nuclear planetario, y otras ofrece la alternativa de sociedades más avanzadas en las que el dominio tecnológico es quien legitima la fuerza, justifica el poder y avala la verdad.
          Esta segunda opción es la que Diego Etcheverry desarrolla en nueve de sus dibujos. Diego es uno de los últimos artistas afincados en Segovia, un artista de amplísimo espectro, que donde mejor se mueve es en el diseño, donde domina una línea nítida y segura y, al mismo tiempo, vibrante.
          Lo que hace unos años pertenecía en exclusiva al mundo de la fantasía, gracias a Bush y a sus acólitos, o sea, monaguillos, se va pareciendo cada vez más a la realidad. No me refiero a que ahora los soldados luzcan en sus cabezas cascos de diseño galáctico o que se hayan metamorfoseado en pájaro o en mosca, sino que el poder personal basado en la fuerza de la tecnología y en la idiotización y consiguiente neutralización de la sociedad, mediante el dominio de los medios de comunicación, es algo que se está dando en el mundo occidental como antesala al advenimiento de alguna nueva modalidad de fascismo, aún difícil de caracterizar pero fascismo al fin.
          No debe entenderse que Etcheverry es un propagador de tal doctrina sino que, a veces, el arte, prevé la realidad antes de que ésta se manifieste. Como la crítica de arte es un género que no tiene por qué decir verdades objetivas, confiemos en que todo sea un reflejo del tedio de agosto y que el crítico se equivoque, salvo al decir que Diego Etcheverry es ya un gran artista y promete mucho más, y en que sus heroínas galácticas, podrían, tal vez, ejercer su poder, pero sólo en la intimidad.

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