Crítica de arte
Solo en la ciudad
Francisco Orcajo. Óleos. Bar Santana. Segovia.
Hasta el 31 de enero.
Jesús Mazariegos
Por primera vez muestra sus
obras Francisco Orcajo (Segovia, 1975). Señal de humildad y de sabiduría es
empezar por colgar los cuadros en ese ‘narthex’ para catecúmenos que es el Bar
Santana, sala multiusos que acoge y difunde jugosos acontecimientos para el ojo
y para el oído, sin los que no se podría escribir la historia de la cultura
contemporánea en Segovia.
El Bar Santana, con ese aire
a caballo entre antiguo café y taberna andaluza, es un pequeño santuario de la
música y de la plástica, un ruedo que igual acoge capeas de novilleros
neófitos, que alternativas de matadores temerarios, que tampoco faltan. A veces
muestra también la solera y el toreo estatuario de maestros sobrios y maduros a
los que no les importa torear en plazas pequeñas y sin picadores. Mesa buena,
pues, la del Santana, que ofrece en su menú una fiesta para cada sentido.
La actual muestra de
Francisco Orcajo, con sus ocho únicos cuadros, no puede tener una mayor coherencia
temática: todos son paisajes urbanos y todos respiran la misma vaporosa magia,
la misma contención, el mismo ambiente entre onírico y cotidiano. Desde el
punto de vista formal, salvo una de las obras que acredita ser la más antigua
por la mayor dureza de perfiles y modelado, el aspecto general es el de una
pintura atmosférica, de luces tenues, perfiles matizados y tendencia al color
conjunto. Unas veces deja ver la franqueza de su ejecución, como ocurre en
‘Atocha’ o en ‘Hotel Los Arcos’, y otras se aprecia el fruto de una compleja
elaboración a base de veladuras y frotados, sin caer en la minucia ni en la
floritura y conservando siempre ese sumario modelado del que procede buena parte
del misterio y del encanto de estas obras.
Por lo que acabo de decir
respecto al ‘cómo’, algo puede intuirse sobre el ‘qué’. El paisaje urbano de
Fran Orcajo no es la visión localista y abigarrada de los lugares comunes y rincones
típicos con gitanas y castañeras, sino una expresión rigurosamente
contemporánea de la ciudad. Yo diría que estos cuadros dejan sentir la
invisible oscuridad que se oculta tras los neones y el gélido silencio que
acaba sofocando los bullicios.
El pintor ha sorprendido a
la ciudad en momentos no sé si mágicos o terribles, en horas nocturnas, cuando
el último transeúnte sin rostro está a punto de ocultarse (‘Coliseum’); en la
antesala del amanecer, cuando la claridad del alba deja ver el perfil
amenazador de los grandes edificios de oficinas. Bajo la luz incierta de la
madrugada, el atasco de coches expresa la soledad y el aislamiento de sus invisibles
ocupantes (‘Torres Kío’). Estos cuadros reflejan momentos reales y concretos,
pero la forma de tratarlos los convierte en paradigmas de la soledad del hombre
contemporáneo, del desamparo ante la amenaza de los poderes humanos, ante el
olvido de Dios y ante la fría indiferencia del cosmos.
Todo este mundo hunde
sus raíces en la pura realidad cotidiana y en diversas tendencias de la pintura
norteamericana. Aunque el espíritu urbano del Pop estaría detrás de los
anuncios de neón, las calles desiertas y las fachadas de los cines enlazarían
más con ciertos pintores fotorrealistas, si bien la ciudad de Fran Orcajo es
próxima y real y su tratamiento es mucho más pictórico.
La otra referencia que
nutre esta pintura, es esa sensibilidad amiga de los bares vacíos a punto de
cerrar, de las habitaciones de hotel, del despertador de Sabina a las seis de
la mañana, con resonancias en la sosegada obra de Edward Hopper. Sin embargo,
aunque la influencia del pintor americano muerto en 1967, constituye hoy una
verdadera corriente, a veces demasiado fiel al maestro, en los cuadros de Fran
Orcajo no se ve ningún rastro de Hopper, sólo se adivina la respiración común de
los hombres y mujeres que habitan la ciudad, allí testigos de la noche desde la
barra de un bar, y aquí encapsulados en su automóvil, solos, incomunicados.
Pintura densa y silenciosa entre el ruido de los vasos. No importa.
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