CRÍTICO DE ARTE JESÚS MAZARIEGOS

miércoles, 26 de octubre de 2011

Fran Orcajo. SOLO EN LA CIUDAD


Crítica de arte

Solo en la ciudad

Francisco Orcajo. Óleos. Bar Santana. Segovia. Hasta el 31 de enero.


Jesús Mazariegos

     Por primera vez muestra sus obras Francisco Orcajo (Segovia, 1975). Señal de humildad y de sabiduría es empezar por colgar los cuadros en ese ‘narthex’ para catecúmenos que es el Bar Santana, sala multiusos que acoge y difunde jugosos acontecimientos para el ojo y para el oído, sin los que no se podría escribir la historia de la cultura contemporánea en Segovia.
     El Bar Santana, con ese aire a caballo entre antiguo café y taberna andaluza, es un pequeño santuario de la música y de la plástica, un ruedo que igual acoge capeas de novilleros neófitos, que alternativas de matadores temerarios, que tampoco faltan. A veces muestra también la solera y el toreo estatuario de maestros sobrios y maduros a los que no les importa torear en plazas pequeñas y sin picadores. Mesa buena, pues, la del Santana, que ofrece en su menú una fiesta para cada sentido.
     La actual muestra de Francisco Orcajo, con sus ocho únicos cuadros, no puede tener una mayor coherencia temática: todos son paisajes urbanos y todos respiran la misma vaporosa magia, la misma contención, el mismo ambiente entre onírico y cotidiano. Desde el punto de vista formal, salvo una de las obras que acredita ser la más antigua por la mayor dureza de perfiles y modelado, el aspecto general es el de una pintura atmosférica, de luces tenues, perfiles matizados y tendencia al color conjunto. Unas veces deja ver la franqueza de su ejecución, como ocurre en ‘Atocha’ o en ‘Hotel Los Arcos’, y otras se aprecia el fruto de una compleja elaboración a base de veladuras y frotados, sin caer en la minucia ni en la floritura y conservando siempre ese sumario modelado del que procede buena parte del misterio y del encanto de estas obras.
     Por lo que acabo de decir respecto al ‘cómo’, algo puede intuirse sobre el ‘qué’. El paisaje urbano de Fran Orcajo no es la visión localista y abigarrada de los lugares comunes y rincones típicos con gitanas y castañeras, sino una expresión rigurosamente contemporánea de la ciudad. Yo diría que estos cuadros dejan sentir la invisible oscuridad que se oculta tras los neones y el gélido silencio que acaba sofocando los bullicios.
     El pintor ha sorprendido a la ciudad en momentos no sé si mágicos o terribles, en horas nocturnas, cuando el último transeúnte sin rostro está a punto de ocultarse (‘Coliseum’); en la antesala del amanecer, cuando la claridad del alba deja ver el perfil amenazador de los grandes edificios de oficinas. Bajo la luz incierta de la madrugada, el atasco de coches expresa la soledad y el aislamiento de sus invisibles ocupantes (‘Torres Kío’). Estos cuadros reflejan momentos reales y concretos, pero la forma de tratarlos los convierte en paradigmas de la soledad del hombre contemporáneo, del desamparo ante la amenaza de los poderes humanos, ante el olvido de Dios y ante la fría indiferencia del cosmos.
          Todo este mundo hunde sus raíces en la pura realidad cotidiana y en diversas tendencias de la pintura norteamericana. Aunque el espíritu urbano del Pop estaría detrás de los anuncios de neón, las calles desiertas y las fachadas de los cines enlazarían más con ciertos pintores fotorrealistas, si bien la ciudad de Fran Orcajo es próxima y real y su tratamiento es mucho más pictórico.
          La otra referencia que nutre esta pintura, es esa sensibilidad amiga de los bares vacíos a punto de cerrar, de las habitaciones de hotel, del despertador de Sabina a las seis de la mañana, con resonancias en la sosegada obra de Edward Hopper. Sin embargo, aunque la influencia del pintor americano muerto en 1967, constituye hoy una verdadera corriente, a veces demasiado fiel al maestro, en los cuadros de Fran Orcajo no se ve ningún rastro de Hopper, sólo se adivina la respiración común de los hombres y mujeres que habitan la ciudad, allí testigos de la noche desde la barra de un bar, y aquí encapsulados en su automóvil, solos, incomunicados. Pintura densa y silenciosa entre el ruido de los vasos. No importa.

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