CRÍTICO DE ARTE JESÚS MAZARIEGOS

miércoles, 26 de octubre de 2011

Domngo Otones. UN PINTOR DE INFANTERÍA


Crítica de arte

Un pintor de infantería

Domingo Otones. Pintura. Bar Santana, Segovia. Hasta el 15 de julio




          Si los pintores y las pintoras fueran ordenados y jerárquicos como los militares y llevaran divisas para lucir su rango, en Segovia habría un par de comandantes o tres, con tres pinceles en la bocamanga. Los capitanes y tenientes, llevarían dos pinceles, y lápiz sobre pincel respectivamente. Los brigadas, que siempre han ido a su bola, llevarían una brocha en la bocamanga del guardapolvo. Los sargentos lucirían con orgullo sus dos lápices, que se quedarían en uno para los cabos. Los soldados llevarían resignadamente una goma (de borrar) como divisa.
          Naturalmente, los de rango inferior deberían saludar a los de rango superior y decirles ‘da vuecencia su permiso’ y cosas así. Y tendrían inmensos estudios y camiones para andar de un lado a otro con los cuadros, y el día de San Lucas saldrían en manifestación no autorizada pero bien en filita, caballete al hombro, y la gente los respetaría un montón.
          Pero resulta que los pintores no son gente de orden, les importa poco la jerarquía y no suelen ponerse de acuerdo en casi nada, así que no hay forma de clasificarlos, pues su hoja de servicio consiste en listas de exposiciones y bibliografía de las maravillas que les escriben los críticos, pero en ningún sitio dice con claridad si pintan bien o mal ni cuantas horas de pintar tienen.
          En el Bar Santana, que no es necesario decir que es algo más que un bar, expone un artista de infantería llamado Domingo Otones, un suboficial de infantería, castrense puro en versión pintor, no sé si legionario o guerrillero del pincel, hombre que vive intensamente la pintura, sin alardes ni alharacas, pintor de base que trata de violentar las bases de la figuración.
          No hace mucho que Domingo pintaba unos personajes de piedra que conectaban con una etapa temprana de Francisco Lorenzo Tardón y con la obra de Antonio Pitxot, sin que Domingo conociera esta última. Ahora ha vuelto a la estricta figuración y lo mismo nos ofrece la convencionalidad de dos jugosas manzanas, que la heterodoxia de una joven en antifaz y ropa interior, ninfa urbana y hasta doméstica, en un mundo donde es difícil reconocer a las de los bosques y las fuentes. Contemporánea es también la baconiana deformidad de un rostro femenino en trance de perder su identidad por descamación progresiva de su epidermis y pérdida de su memoria.
          Los bodegones, dentro de su clasicismo, apuntan admiraciones por Cristóbal Toral, no tanto en las magníficas maletas como en el fondo de manzanas cósmicas. Pero Domingo Otones nunca deja de ser él mismo, como cuando incluye la cazadora de cuero junto a los objetos convencionales de una naturaleza muerta; afirmación contemporánea y de relativa marginalidad que armoniza con la música, con el público y con el aire de esta sala multiusos pero con clase y solera, llamada Bar Santana.

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