AL AIRE
Parque del Salón, al pie de la
muralla habitada, sobre lo que fueron las huertas del barrio de San Millán. La
inmensa escalera que sube por las traseras del hotel Las Sirenas es
especialmente agotadora. Sus rellanos o descansillos son más bien recuestas y
recansinos (una palabra nueva).
Anochece. Veo a dos hombres
sentados, como charlando, cuya absoluta quietud me intriga. Así mismo me
parecen demasiado grandes. Tal vez el cansancio perturba mi percepción de la
realidad. Al fin corono la escalera y descubro para mi sorpresa dos esculturas
de Francisco Leiro. Digo para mi sorpresa porque no tenía noticia alguna de
este evento artístico.
Levanto la vista y veo una
increíble cascada de hierro hecha de líneas onduladas que desemboca en una gran
espiral y que solo puede ser obra del canario Martín Chirino. Tras ella una
menina de Manolo Valdés y un torso de bronce de Alberto Corazón, cuyo original
de madera se expuso en la Galería Calart Actual de La Granja. Por último
percibo los brillos de la obra de Blanca Muñoz, quizás la más difícil y más
conceptual de todas, cuyos tubos de acero inoxidable crean una sensación de
energía, de enfrentamiento de fuerzas, de arco voltaico, realmente potente.
Vuelvo sobre mis pasos y me
recreo en las infinitas ondulaciones de Martín Chirino, ellas me traen las
formas de las olas y los invisibles lazos que dibuja el aire de Canarias. Este
superviviente de El Paso es uno de los grandes escultores españoles del siglo
XX, pero yo le siento más cerca y le comprendo mejor pensando que es un
herrero, un magnífico herrero, que no es menos que un gran escultor.
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