CRÍTICO DE ARTE JESÚS MAZARIEGOS

martes, 25 de octubre de 2011

Colectiva de escultura. AL AIRE


AL AIRE


Parque del Salón, al pie de la muralla habitada, sobre lo que fueron las huertas del barrio de San Millán. La inmensa escalera que sube por las traseras del hotel Las Sirenas es especialmente agotadora. Sus rellanos o descansillos son más bien recuestas y recansinos (una palabra nueva).
Anochece. Veo a dos hombres sentados, como charlando, cuya absoluta quietud me intriga. Así mismo me parecen demasiado grandes. Tal vez el cansancio perturba mi percepción de la realidad. Al fin corono la escalera y descubro para mi sorpresa dos esculturas de Francisco Leiro. Digo para mi sorpresa porque no tenía noticia alguna de este evento artístico.
Levanto la vista y veo una increíble cascada de hierro hecha de líneas onduladas que desemboca en una gran espiral y que solo puede ser obra del canario Martín Chirino. Tras ella una menina de Manolo Valdés y un torso de bronce de Alberto Corazón, cuyo original de madera se expuso en la Galería Calart Actual de La Granja. Por último percibo los brillos de la obra de Blanca Muñoz, quizás la más difícil y más conceptual de todas, cuyos tubos de acero inoxidable crean una sensación de energía, de enfrentamiento de fuerzas, de arco voltaico, realmente potente.
Vuelvo sobre mis pasos y me recreo en las infinitas ondulaciones de Martín Chirino, ellas me traen las formas de las olas y los invisibles lazos que dibuja el aire de Canarias. Este superviviente de El Paso es uno de los grandes escultores españoles del siglo XX, pero yo le siento más cerca y le comprendo mejor pensando que es un herrero, un magnífico herrero, que no es menos que un gran escultor. 

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