CRÍTICO DE ARTE JESÚS MAZARIEGOS

domingo, 6 de noviembre de 2011

Lucía Huertas. ICONOS DE LA INFANCIA

CRÍTICA DE ARTE Iconos de la infancia Lucía Huertas. Do antiquísimo de nós. Pintura. Galería Montón de Trigo, Montón de Paja. Segovia. Hasta el 7 de enero de 2008. JESÚS MAZARIEGOS Cuantos más años vive uno, más cuenta se da de lo marcado que está por su infancia, genes aparte. Lucía Huertas es una pintora joven pero asume conscientemente las marcas de su infancia y también la herencia de sus antepasados, especialmente la de su abuela. Lucía ha constatado su relación natural e intensa con los objetos entre los que creció y ha sentido la necesidad de integrarlos en su obra pictórica como caudal que son de su vida, como experiencia de sus pocos años, como tributo a su historia familiar y como ejercicio plástico de integración de contrarios. Un ejercicio difícil y arriesgado, ya que la pintura que Lucía venía haciendo era un informalismo con grandes planos de pintura líquida en varias capas. Los objetos que la tradición familiar le ofrecía, eran los que se pueden encontrar en una vieja librería-papelería especializada en labores: patrones para costura, modelos para bordados y para encaje de bolillos, muñecas y vestidos recortables, tarjetas, libros de cuentas, gran variedad de plumillas, gomas de borrar y mil objetos más que estaban en la memoria infantil de la pintora y que excitan los recuerdos del espectador con algunos años más. El título de la exposición está tomado de Pessoa y hace referencia a la importancia de los recuerdos más antiguos. Para quienes hemos tenido una infancia de pizarra, pizarrín y almohadilla para escupir (con perdón) y borrar, una escuela de pupitres con tinteros blancos en un agujero y plumillas expuestas a cualquier tipo de accidente, estos iconos de la infancia cobran una fuerza especial y nos hacen sintonizar con la admirable intuición de esta artista que ha conocido este tipo de objetos ya sólo como restos en desuso. No obstante, Lucía ha sido capaz de integrar todo ese imaginario de carpeta y estantería en su habitual modo de hacer, modo habitual relativo y sujeto a todo tipo de cambios, como lenguaje en continua transformación. Los cuadernos de cuentas suelen estar en la base del soporte, sobre la que se extienden las capas de pintura rosa, barnices ambarinos o más oscuros, y pintura plateada, creando una superficie sobre la que encontrará su lugar el icono fuerte de la infancia, siendo la plumilla para caligrafía el más dominante. Un buen ejercicio de pintura y gestión de imágenes y una reflexión coherente sobre las propias raíces. Una pintura de honestidad garantizada, cargada de intensos contenidos y vestida de acertadas formas.

Juan Vivanco. ARTE Y NATURALEZA

CRÍTICA DE ARTE Arte y naturaleza Escultura. Juan Vivanco. Galería Montón de trigo, montón de paja. Segovia. Hasta el 3 de abril. JESÚS MAZARIEGOS Muchas personas, especialmente los niños, tienen una rara facilidad para descubrir formas animales o antropomorfas en las rocas, en las nubes o en las ramas de los árboles. El mismo Leonardo aconsejaba a sus discípulos que se fijaran en las manchas que la humedad y el tiempo habían ido dejando en los muros, asegurándoles que allí descubrirían dragones, batallas y otras infinitas cosas. Los bosques siempre fueron lugares encantados habitados por seres extraños que la literatura del siglo XX se ha encargado de aumentar y clasificar. Las ramas de los árboles eran para los románticos los nervios de las bóvedas del templo de la naturaleza, erigido en una especie de gótico vegetal. Esas mismas ramas han sido convertidas por una imaginación más visionaria en los brazos de los 'trolls', esos árboles con rostro tan presentes en la moderna literatura fantástica. Juan Vivanco ha observado las formas caprichosas de las ramas caídas, de los restos de la poda, de la leña, de las que aún están en el árbol o se ha dejado sorprender por esas otras ramas que, como fantasmas, salen a su encuentro entre las sombras del crepúsculo. Seguramente hay una hora propicia para descubrir a los dragones, a los genios, a los caballos alados, a las aves zancudas y a las mil quimeras que moran en nuestro interior y que, de repente, se encarnan en una rama. Es preciso convocarlas a la hora propicia. Juan Vivanco se ha encargado de rescatarlas de la naturaleza en la que se camuflaban e, incluso, las ha librado de las cortezas y adherencias sin violentar sus extrañas posturas ni sus extravagantes proporciones. Ignoro si Juan Vivanco conoce la obra de Longinos, pero sin duda tiene en ella un gran precedente.

José Naranjo. LUZ ARGENTINA

CRÍTICA DE ARTE Luz argentina José Naranjo. Pintura. Galería Montón de trigo, montón de paja. Segovia. Hasta el 29 de marzo. JESÚS MAZARIEGOS Llamó la atención en la exposición de los pensionados por sus escuetos y bien compuestos paisajes, con dominio de horizontales y parcialmente cubiertos de pan de oro. El brillo del oro y de los otros metales preciosos es uno de los pilares del concepto de belleza medieval. El sabio visigodo San Isidoro, paisano del pintor, pone como ejemplo de belleza el oro, las perlas y las piedras preciosas . Cuatro siglos más tarde, el abad Suger de Saint Denis abunda en lo mismo prodigando palabras como fulgor, brillo, resplandor, etc. Algo hay de regio y, sobre todo, de religioso en lo dorado, pero el dorado, en pintura, supone una forma de abstracción., así los bizantinos negaban el espacio en sus mosaicos dorados y Pedro Berruguete, en su proceso de involución tras su viaje a Italia, negó cada vez más el espacio perspectívico prodigando los fondos dorados. Cuando Giotto pone las bases de una pintura en la que los personajes tienen los pies en el suelo y ocupan un determinado espacio, preparando así el camino a los hombres del Quattrocento, lo primero que hace es prescindir de los dorados. Pero José Naranjo, que así se llama el artista sevillano que expone en Montón de Trigo, Montón de Paja, no utiliza los dorados como fondo sino como un recurso representativo referido a todo aquello que, en el mundo real, es susceptible de brillar, de iluminarse o de reflejar la luz. Bien es verdad que en esta exposición, el joven sevillano, impresionado por los fríos que nos han azotado en los últimos meses, ha preferido la plata, tan metáfora del hielo como lo es el oro del fuego o del sol. Así el río, el cielo, las nubes o la luna, no re representan sino que se sugieren en una plana y perfilada superficie de plata, que el ojo del espectador convierte en profunda, cercana o distante, nítida o difusa, Un recurso utilizado con habilidad y mesura que armoniza con el tono apagado de los colores y la sencillez compositiva. Una pintura muy digerible y relajante, con la calma del Guadalquivir, el aroma del azahar y la gracia del sur.

José Luis Rubio. CON LO MÍNIMO

CRÍTICA DE ARTE Con lo mínimo José Luis Rubio. Pintura. Galería Montón de trigo, montón de paja. Segovia. Hasta el 31 de Agosto. JESÚS MAZARIEGOS José Luis Rubio no es el primer caso de pintor joven que logra desconcertarme, no exactamente por las obras que hace, consideradas en sí mismas, sino al relacionarlas con la juventud del pintor. Las evoluciones tradicionales de los pintores suelen ir de lo figurativo a lo abstracto y también de lo abstracto a lo figurativo, pero siempre de las formas complejas a las formas más depuradas y esenciales. Esta clase de evoluciones del lenguaje o del estilo personal, duran, a veces, toda la vida. Algo debe estar ocurriendo en el universo del arte cuando hay pintores como José Luis Rubio que, a pesar de su juventud, hace una pintura que tiene las características de la quintaesencia, del sedimento, del punto de llagada. No hace tanto que José Luis Pintaba unos paisajes reducidos al tenue perfil de los edificios, paisajes leves y ligeros que son dignos y lógicos precedentes de las obras actuales. Es posible que quienes se han formado en un ambiente que les ha permitido aceptar la abstracción con la misma naturalidad que la figuración, quienes vieron los límites a los que llegó Malevich como algo perfectamente normal y considerablemente antiguo, quienes crecen o trabajan en ambientes minimalistas, no tengan en la cabeza imágenes que depurar y no necesiten soltar lastre durante años. Cuando las cosas van más deprisa de lo normal o van por otros caminos distintos a los habituales, se produce este desconcierto que, por otra parte, como ya he dicho muchas veces, es una de las cosas que le pedimos al arte, que nos trastorne. Otra de las cosas -tampoco es la primera vez que lo digo- que yo le pido a la obra de arte es que no conste de demasiados elementos, que no tenga muchas cosas. Una obra de arte con muchos recursos y con muchos accidentes y detalles, puede ser magnífica, pero si consigue su efecto a base de poco, con lo mínimo, seguro que es una obra superior. Las pinturas de José Luis Rubio pertenecen a esta segunda categoría y funcionan bajo la clave de lo leve, lo insinuado, lo discreto y lo elegante.

José Luis Rubio. EL REMANSO CONTRA EL BULLICIO

CRÍTICA DE ARTE El remanso contra el bullicio José Luis Rubio. El silencio de la memoria. Pintura. Galería Montón de trigo, montón de paja. Segovia. Hasta el 30 de Septiembre. JESÚS MAZARIEGOS José Luis Rubio nos tenía acostumbrados a ligerísimos perfiles de edificios, casi transparentes, recortados sobre cielos diáfanos, en un ambiente, yo diría, de no-violencia, de contención y de silencio. Aquellos paisajes han ido depurándose hasta el extremo, de manera que sólo quedan los tonos ocres, los amarillos dorados, a veces verdosos, de sus colores, y la línea del horizonte como única referencia al recuerdo de la realidad, como único y silencioso ejercicio de la memoria. En efecto, sólo es el recuerdo del pasado lo que hace concebir referencias a la naturaleza a partir de cuadros compuestos de lienzos pintados casi monócromos, con algunas cartulinas pegadas, con letras, números y signos, y sin otra referencia a lo real que una especie de figura troncopiramidal trazada con una perspectiva imposible que, inmediatamente, la despoja de cualquier intención ilusionista y la integra en el nuevo, silencioso y plano mundo creado por José Luis Rubio. No es extraño que este artista, a pesar de sus pocos años, se vea obligado a borrar los ruidos de la memoria. Bastaría con que hubiera puesto la televisión a cualquier hora para que se produjera la náusea y la necesidad de crear un mundo propio de silencio para habitarlo en unas aceptables condiciones de paz, de armonía y de vergüenza. Esta pintura es justo lo contrario de las bombas y de los bombardeos, lo contrario de la estúpida verborrea de los majaderos que ganan el pan insultándose en televisión, lo contrario de los cretinos del Gran Hermano, de los cursis de los culebrones y de todos esos que no producen más que ruido. Tienen estas piezas (cinco cuadros grandes, cuatro medianos, seis pequeños y cuatro papeles), algo de la esencialidad y del amor a la materia de Tàpies, algo de los enigmáticos y pequeños mundos de Klee, y mucho de la valentía y el buen hacer de José Luis, expresados en sus amplias superficies lisas y en la contención a la hora de incorporar nuevos elementos a la superficie del lienzo. Es precisamente esa superficie la única protagonista, pues, en un momento en el que prolifera la costumbre de pintar los cantos del cuadro, con todo lo que significa de convertirlo en objeto o escultura. Rubio ha despreciado esta posibilidad y sigue concibiendo el cuadro como superficie cubierta de colores distribuidos con cierto orden. En este caso, con exquisito, sobrio y acertado orden. Cuando veo a estos pintores jóvenes que evolucionan tan deprisa hacia formas tan depurada, siento cierta inquietud y no poco vértigo al pensar en la vida que tienen por delante, y me cuesta entender que todo pueda seguir siendo depuración. Ellos tampoco saben lo que pintarán mañana. Que ellos lo pinten y que los demás lo veamos.

Iván Montero. EL TRAZO VIOLENTO

CRÍTICA DE ARTE El trazo violento Iván Montero. La catedral sumergida. Pintura. Galería Montón de trigo, montón de paja. Segovia. Hasta el 14 de julio. JESÚS MAZARIEGOS Que Iván Montero es un pintor temperamental es cosa que nadie puede poner en duda. Su pintura es de esas que hacen pensar a los neófitos para qué diablos ha estudiado Bellas Artes y ha aprendido a dibujar estatuas. Hace ya unos años, antes de ir a México, ya tenía muy claro que su única vía posible era pintar con las tripas, o con el hígado por expresarlo en términos viscerales. No es pintar con el corazón, lo cual huele a romanticismo trasnochado y, mucho menos, pintar con el cerebro, pues creo que, lo mismo que Goya, Iván provoca el sueño de la razón para convocar a los monstruos, en este caso para provocar visiones más o menos alucinadas de pretendidas imágenes reales sólo aludidas en los títulos de las obras. El cambio más evidente que ha experimentado la pintura de Montero es el paso del protagonismo de la mancha al protagonismo del trazo, creando unas enredadas retículas como dotadas de gravidez y con sensación de colgar. Estas redes tienen la facultad de crear espacio sobre el fondo plano, pudiendo llegar a formar cuerpos geométricos o disolverse en una mancha que acaba desapareciendo. ‘La catedral sumergida’ me lleva a pensar en las creaciones visionarias de Fabricio Clerici; las estructuras triangulares se me figuran como el esqueleto de algunas obras de María Elena Vieira da Silva, y la fuerza del conjunto hunde sus raíces en la violencia del trazo expresionista, cuyo rey indiscutible es el americano Cy Twombly. Y si de buscar paralelismos se trata, ciertamente subjetivos, aun citaría a Wols y a aquella pintora americana que acabó asentándose en París y que fue Joan Mitchell. No estoy queriendo decir que Iván Montero vaya detrás de uno o de varios de los artistas que acabo de citar, ni que haya hecho un refrito de dos o tres o de todos ellos. En realidad, no hay ninguna obra de ninguno a la que se parezca cualquier obra de Iván Montero, el cual, es muy posible que no se haya acordado de ninguno de los citados y que no conozca a todos. Lo que trato es de contextualizar su obra de manera que no se vea como algo aislado, como un parto calenturiento y radical, pues, teniendo algo de lo uno y de lo otro, es pintura coherente con el presente sin que le falte el chirrido necesario que cabe exigir a un pintor joven. Esta pintura es cualquier cosa menos tranquila y acomodaticia, no es del todo cómoda, es tensa, en fin, todo lo que cabe pedir a un expresionista como Montero. Iván es, sin lugar a dudas, un pintor valiente.

Fran Orcajo. LA OTRA CIUDAD

Crítica de arte La otra ciudad Fran Orcajo. Pintura. Galería Montón de trigo, montón de paja. Segovia. Hasta el 7 de enero de 2007. Jesús Mazariegos De San Agustín es el mito de las dos ciudades, con paralelismos plátónicos entre la caverna y este jodido mundo, por un lado, y el mundo de las ideas y la ciudad celeste por otro, mito que ha servido para consagrar el ‘status quo’ de la sociedad y que no se mueva nadie. Tomás Moro, Tomasso Campanella y Giordano Bruno también idearon ciudades ideales; Filarete diseñó una llamada Sforzinda e incluso se llegó a construir la llamada Palmanova, en Italia, además de todas las nuevas ciudades americanas. Las ciudades de los libros y de los grabados se suponían perfectas, mientras que las reales se debatían entre su origen ideal y su devenir cotidiano, sus transeúntes vociferantes, su lucha por la vida y sus residuos urbanos. La ciudad que pinta Fran Orcajo (Segovia, 1975) tiene algo de ciudad ideal, ordenada y silenciosa, despojada de adherencias y de multitudes, pero transitada por coches que son como signos de vida artificial, habitáculos metálicos que esconden personas anónimas e invisibles, errantes por esa ciudad situada entre la idea y la existencia. La percepción y asimilación de la ciudad no se consigue viendo venir los días y caer las ollas, abundando en lo obvio, sino siendo capaz de percibir lo que se esconde detrás de lo visible, sintiendo lo que respira detrás de los muros y de los parabrisas. Ese don suele ser dado a los poetas y a los artistas. Fran Orcajo tiene el don de dotar a sus paisajes urbanos de una trascendencia que va más allá de la mera representación. Sus edificios muestran su apariencia cotidiana pero en medio de un silencio que da lugar a una nueva ciudad, ciudad pictórica, utópica e imposible pero absolutamente verdadera en el mundo de las ciudades imaginadas. Con frecuencia me pregunto cuál es la verdadera ciudad, si la voluble y contingente de cada día, que es la que normalmente consideramos real, o la arquetípica e inmutable de los cuadros. Hay en la pintura de Fran Orcajo una ausencia de exhibicionismo técnico que hace su pintura más sobria, contenida y creíble. La ciudad solitaria nos trae en recuerdo de Edward Hopper, de quien Fran no toma ni un solo elemento o recurso concreto, pero cuyo espíritu acecha desde las lunas de las cafeterías y desde las tiendas de las gasolineras. Exposición de pequeños formatos, breve, relajada e intensa; exposición que nos muestra una Segovia que ya conocíamos pero, esta vez, en estado de gracia.